viernes, 22 de enero de 2021

No querrás salir

 

“El mundo amarillo” es el libro que más me ha gustado desde hace mucho tiempo. De esos que te enseñan, te curan, te recuerdan y te llenan el corazón.

Lo leí por primera vez este verano y recuerdo la sensación de no querer acabarlo nunca. Me racionaba las páginas (literalmente) y las intentaba alargar como un chicle. Después he vuelto a releer partes, tomando notas e intentando grabarme a fuego detalles. Supongo que cuando lees un mismo libro varias veces (igual que cuando ves una peli, serie o escuchas la misma música una y otra vez), te encuentras a ti misma en distintos momentos. Te llaman la atención ciertos fragmentos según cómo te sientes, interpretas las palabras de una forma o de otra.

El otro día estaba releyendo, casi ojeando, y reparé en algo que probablemente nunca reparamos, el prólogo. Y especialmente en algo que aún reparamos menos, el título.

No he dicho que el autor de “El mundo amarillo” es Albert Espinosa, y el prólogo está escrito por el actor Eloy Azorín.

Bueno, voy al grano, el título.

“Cuidado, este libro es Albert. Si entras en él no querrás salir”

Me flipa. Me maravilla. Me parece lo más bonito que nadie nunca puede decir para describir a una persona y también, un libro.

Podría ser perfectamente mi gran propósito en la vida, mi meta, mi máxima aspiración. Ser ese lugar en el que cuando alguien entra, ya no quiere salir. Y escribir un libro (o muchos libros, por qué no) de esos que cuando empiezas a leer no quieres que terminen.

Muchas veces, las personas que mejor me conocen, dicen que escribo como siento, como soy. Eso siempre me gusta. Me gusta que en mis letras, las personas encuentren amor, compañía, empatía. Que encuentren lo que necesitan y que sirvan para expresar lo que ell@s no pueden o no saben. Me gusta que cada cual se encuentre a sí mism@. Pero sobre todo, me gusta que en mis letras me encuentren a mí.

Para (o por) eso escribo. Para ser yo. Para ser lo que me gustaría ser aunque aún no lo sea. Para conectar con otros corazones y que conecten con el mío. También para sacar lo de dentro, para que pese menos, para curar.

Cuando escribes (o creas, lo que sea) algo y alguien te dice “qué bonito”, te sientes halagada y satisfecha en esa parte más “artística”. Cuando lo que escribes eres tú, sientes que ese “qué bonito” también te lo están diciendo a ti. A tu forma de sentir, de querer, de emocionarte… de ser. Y eso ya no solo satisface, eso además te hace seguir creyendo que lo estás haciendo bien. Incluso cuando cometes errores, cuando te equivocas, cuando te sientes perdida. Sabes que dentro sigues siendo un buen lugar para quedarse.

No creo que exista el libro perfecto, siempre habrá páginas que queramos pasar rápido y otras que queramos releer mil veces. Así es la vida, los trabajos, la amistad, las relaciones. Así somos las personas. Cada palabra, frase, párrafo, página y capítulo. La introducción, el prólogo, el índice y la portada. Todo forma parte del libro, y te quieres quedar en él por su conjunto. Por aquello con lo que te identificas, por lo que te aburre un poco, por lo que te emociona, incluso por lo que detestas en algún momento.

Nunca escribiré un texto perfecto, mucho menos un libro perfecto. Nunca seré un lugar perfecto. Pero intentaré siempre que mis palabras sean pedazos de mí que en algún momento puedan hacerte sentir que estás en un sitio en el que quieres quedarte (un rato o siempre).

Quizá eso sea la verdadera perfección, tratar de ser ese sitio en el que cuando alguien entra, no quiera salir.

 

Y entender que, aún así, habrá quienes salgan.

 

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