domingo, 2 de agosto de 2020

Viajar en el tiempo

Cuando me engancho mucho a una serie la vivo de una forma muy intensa, se me mete tan dentro que en muchas ocasiones sueño con ella, y en el día a día no puedo evitar relacionar cualquier cosa que pasa con algo de lo que haya ocurrido en la serie.

La última con la que me ha ocurrido esto ha sido “Dark” y, sin hacer mucho spoiler, solo diré que trata sobre los viajes en el tiempo. Pasado, presente y futuro como un círculo sin principio ni final.

Me pregunto si, como en la serie, todo está conectado y escrito. Si la historia ya está determinada, nuestro destino marcado. Quizá no seamos tan dueños de nuestra vida como pensamos, quizá nuestro yo del futuro ya existe, ya es. Puede que cada decisión que creemos que tomamos no sea nuestra voluntad sino nuestro destino.

También he pensado mucho en la idea de que fuera posible viajar en el tiempo. Si pudiera meterme en una cueva y salir en un momento distinto de mi vida.

Siempre hablamos y deseamos volver al pasado, pero no suelo escuchar a nadie decir que le gustaría viajar al futuro.

Supongo que es porque echamos de menos. Y no se puede echar de menos lo que aún no hemos vivido (o sí). Cuando pensamos en la posibilidad de viajar en el tiempo pensamos en volver, en recuperar, en reencontrarnos con algo o con alguien, en hacer bien algo que hicimos mal, en tener otra oportunidad. Sin embargo, si viajáramos al futuro todo sería desconocido, incluso nosotros mismos. Y lo desconocido siempre asusta.

El pasado es algo seguro y el futuro es incierto, así que quizá es una cuestión de miedo escoger la puerta de lo conocido. O tal vez sea la necesidad de arreglar o cambiar las cosas que ya pasaron, de volver a dar un último beso, de encontrarte con quien nunca volverá. Supongo que es algo inevitable, como un instinto.

Así que estos días he pensado en eso. Cuando nos encontramos en situaciones dolorosas sería un buen escape tener una cueva en la que meternos y viajar en el tiempo. Dos puertas que pudiéramos abrir y que nos llevaran al pasado o al futuro. A ayer o a mañana. Y me planteo la posibilidad, y me pregunto qué puerta escogería ahora. La del pasado, para estar de nuevo en el momento anterior a que sucediera lo que me está provocando este dolor para intentar evitarlo y cambiar así el curso de las cosas. O la del futuro, para estar en un momento en que el dolor ya se haya diluido.

Me parece una buena forma de analizar las situaciones. Cuando algo te perturba y te duele, preguntarte, si pudieras abrir esas puertas, qué harías. Si eliges el pasado, es que aún hay algo que crees que podrías hacer (y que merecería la pena). Si eliges el futuro, es que aunque siga doliendo, ya sabes que no.

Me gustaría poder tener una conversación con las dos versiones de mí. A mi “yo” del pasado le diría algunos trucos, a mi “yo” del futuro le preguntaría qué tal allí. Pero eso sería como ir a un examen con las preguntas aprendidas, como hacerle trampas a la vida, que consiste precisamente en enfrentarte a cada día sin trucos, sin respuestas ni seguridades. Es la única forma de que los resultados tengan sentido y de que, en definitiva, aprendamos algo de cada situación, de cada error y sobre todo, del dolor.

Así que, aunque el dilema de qué puerta elegir pueda servir para analizar el punto en el que te encuentras y qué quieres, la realidad es que lo único que tenemos en la mano es el presente. Lo único que cuenta, el único momento en el que de verdad podemos actuar es AHORA. Duela lo que duela. Paso a paso. Cada día.

Sin olvidar que quizá todo está conectado, escrito, determinado. Que las preguntas y las respuestas nunca están en el mismo espacio-tiempo. Pero todas están en algún sitio, en algún tiempo. A lo mejor al completar el viaje, al cerrar el círculo, todo tenga sentido. Pero eso solo será al final. En el último capítulo.