Yo no sé
hasta dónde, hasta cuándo o hasta cómo “querer es poder”, pero a veces creo que
te quiero mucho más de lo que puedo. Y quizá no haya nada más generoso que querer,
que seguir queriendo, cuando querer NO es poder. Quizá no haya nada más absurdo
tampoco. Pero me da igual. Yo creo en lo inevitable, en lo que no se puede
parar. Creo que eso es lo de verdad, lo auténtico, lo que no miente.
Lo que se
quiere no se elige, te elige. Las canciones preferidas, los colores, los olores
o los sabores. No eliges quién te hace reír; te ríes. Te ríes con su risa, con
su voz y te ríes con solo leer una frase. Y no lo has decidido, te ha pasado y
no has podido evitarlo. Ni podrás jamás. Y eso sí, eso es QUERER. Y poder o no,
es otra cosa.
Así que la
próxima vez que alguien diga que querer es poder, voy a decirle que no. (Es una
pena, pero no). Porque querer soy yo, pero poder son las circunstancias, la
suerte, el pasado, las heridas y la vida. Porque no depende de mí, porque yo no
elijo y ella tampoco.
Pero que
merece la pena seguir queriendo porque sólo así, solo si sigues queriendo mucho
y queriendo de verdad, a lo mejor un día puedes. A lo mejor un día sí, a lo
mejor un día las circunstancias, la suerte, la vida y ella también quieren.
A lo mejor
un día puede ser, y estás aquí. Y ese día, cuando querer SÍ sea poder, sabré
que eres tú porque siempre quise. Porque siempre creí y seguí queriendo aunque
no estabas, aunque no eras, aunque no podía. Porque te di lo que no pedías, lo
que no tenía siquiera. Mis letras, mis ganas y el tiempo que pasamos cerca,
pero sobretodo el que pasamos lejos. Porque encontré lo que había perdido y
ojalá llegar a encontrarte a ti.
…O a lo
mejor no, a lo mejor este querer nunca vaya a poder ser. Quién sabe.
“Bailar el
Viento” nació hace casi dos años. Me llevó unos cuantos meses entender lo que
significa, lo que quiere decir Manuel con ese “bailar el viento”, o al menos lo
que creo yo que significa. Varios meses de escuchar cada una de esas letras
hasta que un día entendí que bailar el viento es una actitud, es una decisión,
una forma de afrontar y de enfrentar las tormentas, los días malos, las
dificultades, los huracanes. Es el convencimiento de que por mucho que nos
llueva, por grande que sea el chaparrón que nos caiga, si estamos juntos no nos
hundirá.
“Vamos
juntos a bailar el viento”. Juntos. Porque al final, es lo que cuenta.
Estos dos
años de baile no han sido sólo música, ha sido un viaje. Un viaje lleno de
sueños y pesadillas, pero siempre bailando el viento de fondo. Para mí, estos
dos años de bailar el viento, son todas y cada una de las personas con las que
he compartido un pedazo de lo que más me gusta en este mundo. La suerte de
poder vivir acompañada una noche debajo del escenario, que creo que es algo que
no puedo comparar con ninguna otra sensación. Es cada una de las personas con
las que he compartido una canción para transmitirle mi ilusión, mis ganas, mi
fuerza o mi amor. Es cada una de las personas que cuando les suena Manuel
Carrasco en la radio por sorpresa, piensan en mí.
En mi viaje
de estos dos años he publicado un libro, me he reencontrado con el pasado, he
perdido cosas que creía que tenían futuro, he perdonado, he llorado, he reído,
he viajado, he superado, he cambiado, nos ha llevado por delante un coche, y
hasta he tenido un sueño de carne y hueso en mi cama… y en todos esos momentos
sonaba “bailar el viento”. Siempre, en lo bueno y en lo malo. Para bailar, para
soñar o para llorar, pero siempre me acompaña.
Y este
viaje tan lleno de sensaciones bonitas, de sueños hechos realidad, de
ilusiones, de tormentas que se bailan, de días y noches compartidas, tenía que
terminar con una noche tan grande y tan mágica como estos dos años. Quería (y
quiero) bailar el viento con toda mi alma por última vez el viernes en la Plaza
de toros de Las Ventas para celebrar todo lo bueno que la vida me ha regalado,
para soltar todo lo malo, para pensar y disfrutar por cada uno de vosotros/as
que formáis parte de mí y de todos mis sueños y pesadillas. Quería (y quiero)
no dejar de soñar y hacerlo a lo grande.
Y tengo el
corazón roto porque inexplicablemente, a tres días del concierto, no sabemos si
podrá realizarse o no.
Es inexplicable,
es inadmisible y es injusto. Y es injusto, ya no sólo porque este “Tour bailar
el viento” haya sido la mejor gira española y la más numerosa de los últimos
dos años (más de 370.000 personas hemos bailado el viento con él); el premio
Ondas al mejor espectáculo musical; la noche olímpica en Sevilla; el mejor
momento profesional y personal de Manuel Carrasco; porque este “Último baile”
esté anunciado y con todas las entradas vendidas desde marzo… es injusto además
porque hay más de 20.000 personas, con sus viajes personales de dos años, con
sus ilusiones, con sus entradas compradas, sus días reservados, su dinero
invertido y su amor infinito y su corazón puesto en esa noche. Y nos vamos a
quedar sin el sueño, sin el baile y con el corazón roto por una simple cuestión
política. Por una incompetencia y una guerra absurda como todas las que
ensucian todas las cosas bonitas del mundo.
Qué pena
tan grande. Qué pena porque si hay alguien que se merece un broche de oro y una
última noche grandiosa, es Manuel, y es esta gira. Qué pena porque estamos
hechos para soñar y no vamos a poder hacerlo juntos por última vez. Y qué pena
que sea porque a unos pocos les da igual todo con lo que los demás soñemos.
“Y seguiré
contigo sin pensar, y seguiré contigo hasta el final…”
Al final de cualquier cosa una debería llegar
fundida, sin fuerzas, sudando, despeinada, sucia, agotada. Porque solo así una
sabe que de verdad ese es el final, que no hay más. No hay más que dar, más que
recibir, más que hacer, más que conocer, más que saber, más que disfrutar.
Nada en la vida debería dejarse a medias, intacto,
limpio, ordenado. Nada debería quedarse sin descubrir, sin intentar. Nada en la
vida y mucho menos tú.
Si te quedan ganas, si te quedan dudas, si te cabe
dentro (por pequeña que sea) la posibilidad; hazlo. Inténtalo, prueba, sigue
hasta el final y si tiene que acabar, que acabe cuando ya no. Cuando ya no
queden risas, besos, cosquillas o el más mínimo deseo de cualquier cosa. Entonces
sí, entonces sabrás que no hay más. Y entonces la vida sigue, todo se
reconstruye y el camino continúa.
Las puertas que se cierran sin haberlo dado todo se
convierten en fantasmas y te acompañan para siempre. Y ya tenemos demasiados
monstruos inevitables con los que pelear cada día. Me niego a darle alas a estos
si puedo acabar con ellos, si puedo resolver las dudas, si puedo intentarlo con
toda mi alma. Así que tengo pensado hacerlo, quedarme e intentarlo. Hasta que
no me quede nada más que dar(te), si es que un día eso pasa…
O hasta que quieras que me vaya. Porque sólo
entonces tendrá sentido cerrar la puerta con la ropa limpia y todo ordenado.
Pero ojalá no quieras nunca. Ojalá quieras
desordenar, sudar, reír, descubrir y soñar más. Ojalá te queden ganas
suficientes para creer que a veces hay que arriesgarse porque de verdad, vale
la pena. Y es fácil, mucho más de lo que parece, mucho más de lo que a veces
nos empeñamos en hacer. Tan fácil como escribir un mensaje ahora mismo, en el
que digas que quieres jugártela. ¿Por qué no?