domingo, 20 de septiembre de 2020

Un gran poder conlleva una gran responsabilidad

 

“Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”

Y no creo que haya mayor responsabilidad humana que tener en tus manos la vida de otra persona. Su seguridad, su existencia, su salud física y/o mental.

Por eso, cuando confiamos nuestra vida a alguien, exigimos que tenga una buena preparación. Cuando estamos enfermos queremos los mejores médicos. Cuando nos subimos a un avión queremos que lo pilote un buen piloto.

A las personas que tienen cierto poder sobre las vidas de otras personas les exigimos formación, preparación, eficiencia, capacidad. Médicos, maestros, pilotos, conductores de autobús… porque cuando mayor es el poder que tienes, mayor debería ser tu responsabilidad. Porque valoramos la vida, la salud, el bienestar.

Sin embargo, dejamos nuestros sentimientos cada día en manos de personas sin preguntarnos lo preparados o no que están para tratarlos. De la misma forma, tenemos en nuestras manos cada día los sentimientos de otras personas sin saber a veces cómo cuidarlos correctamente.

El poder no es solo sobre la vida o la muerte de una persona, el poder es también sobre el amor, la tristeza, el dolor. Cómo tratamos a las personas requiere tanta responsabilidad como subirlas a un coche que conducimos. No subirías a las personas que más quieres en un coche y lo conducirías bebida, ni a 200km/h. No arriesgarías la vida de la persona que amas gratuitamente. Tampoco la tuya.

Pero estamos acostumbrados a arriesgarnos continuamente en relaciones personales, sentimentales. A querer sin precauciones, a dejarnos querer sin habernos preparado antes. Como si romper un corazón fuese menos doloroso que romper una pierna.

Desde que nacemos nos enseñan a cuidar nuestra integridad física y la de los demás. A mirar antes de cruzar la calle, a no acercarnos a precipicios, a no golpear a nadie, a comer saludable, a no correr demasiado… a protegernos y a proteger de cualquier peligro. Pero no nos enseñan a cuidar ni a tratar correctamente nuestros sentimientos y los de las personas que nos rodean.

No nos enseñan a manejarnos en situaciones en las que mandan las emociones. Cómo respetar y hacer que nos respeten. Cómo entregarnos sin perdernos. Cómo querer sin poseer. No nos enseñan a saber cuándo irnos de un lugar, ni cómo hacerlo.

Es básico y fundamental aprender desde que nacemos a cuidar nuestra parte no física, porque la salud y el bienestar no es solo físico. La vida es mucho más que seguir respirando. La vida es querer, hacer amigos, tener pasiones, enamorarse. Es tener sueños y perseguirlos. Es perder, frustrarnos, dejar marchar. También ganar, reírse, disfrutar. Tener miedos y enfrentarlos. Tener ilusiones, motivaciones. Es valorar.

La vida es compartirnos con otras personas cada día, poner nuestro corazón en manos ajenas y tener en las nuestras los suyos.

Y no sabemos. No sabemos manejar el poder que tenemos sobre la vida de las personas. A tratar bien su amor, su libertad, sus miedos, sus sueños. Ni los nuestros propios.

No sabemos hablar, comunicarnos, expresarnos, pedir, dar, escucharnos. Y hacemos daño. Destruimos. Rompemos partes de nuestra alma y de otras porque nunca nos enseñaron a desenvolvernos en el plano emocional.

Y no nos queda otra que aprender con palos, con dolor. Hasta que un día, más tarde que pronto casi siempre, nos decidimos a buscar respuestas (o no). A buscar profesionales y a tratar de aprender a los 30, a los 40 o a los 60 lo que no hemos aprendido antes. A recuperar el tiempo, a compensar daños. A intentar hacerlo mejor.

Y no es justo. Imaginad que a lo largo de nuestra vida tuvieran que atropellarnos cinco veces para aprender a mirar antes de cruzar. Imaginad los daños físicos, las recuperaciones, las secuelas…

Pues lo mismo le ocurre a nuestro corazón cuando lo sometemos a un atropello tras otro y seguimos sin mirar antes de cruzar.

Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad y cada día tenemos en nuestras manos el gran poder de salvar nuestras vidas, nuestro bienestar, nuestra paz, nuestra felicidad y, en mayor o menor medida las de los demás.

Seguimos las normas para no ponernos en peligro, llevamos mascarilla para protegernos y también por solidaridad. Hagamos lo mismo con nuestra salud mental. Preparémonos, leamos, estudiemos, aprendamos. Seamos mejores. Cuidémonos. A nosotros mismos y a los demás.

jueves, 17 de septiembre de 2020

Hacer la compra

 

De algo que se acaba, lo más habitual es recordar los momentos más especiales. Los días fuera de lo común, las experiencias más intensas. Las noches especiales, los conciertos, los viajes…

Yo, una cosa que echo mucho de menos, es hacer la compra.

La acción más cotidiana del mundo, incluso tediosa si me apuras. Lo más básico y normal que hacemos en nuestra vida, a mí me parecía un momento maravilloso que compartir. Porque sí, a un concierto puedes ir con muchas personas, y de viaje, y al cine… pero, ¿con cuántas personas compartes el momento íntimo de hacer la compra?

Ir al supermercado, coger el carrito, pasear por los pasillos, pensar en lo que nos gusta, planear lo que vamos a cenar o a comer y coger lo necesario.

Hacer la compra es una forma de amor. Es el sentimiento de familia. Es como sentarte con esa persona al calor de la chimenea en pleno invierno y ver una peli. Es como escuchar juntas nuestras canciones preferidas. Como mostrar una parte de ti que no muestras a casi nadie. Hacer la compra es compartir tus secretos más profundos y saber que están a salvo.

Podría hacer una lista infinita de las cosas que echo de menos ahora mismo, de las canciones que me hacen recordar, de las imágenes, de los lugares en los que te veo, de los momentos en que te siento… pero hoy lo que más me gustaría, es ir a hacer la compra (contigo).