lunes, 28 de agosto de 2017

Los que se van y los que se quedan



Que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes a lo mejor a veces es verdad, pero cuánto daño ha hecho. Cuánto nos estamos equivocando.

Tener que irte de un sitio para que te valoren, para que te echen de menos, para que se despierten las ganas de ti puede que funcione, pero es triste, ¿no?

Tener que esperar a que alguien se vaya para valorarlo, para echarlo de menos, para que se te despierten las ganas, es triste y además, arriesgado. ¿No? Porque una vez llegado al punto en que alguien se va, por mucho que tú despiertes, por mucho que te des cuenta, por más que quieras que vuelva, existe la posibilidad de que ya no. Porque no depende de ti, porque el que se va a lo mejor no quiere volver.

Así que no le veo el acierto a confiar en esa especie de psicología que nos hace creer que la mejor forma de que se nos aprecie, es ausentarnos. Irnos, abandonar, desaparecer. Qué tontería. Qué desacierto, qué desperdicio no saber ver lo afortunada que eres por tener lo que tienes, cuando lo tienes (y no después). 

Porque hay personas que lo que necesitan es que alguien se quede, incluso aunque no lo digan, aunque sea en silencio. Y a veces se nos olvida porque nos han metido en la cabeza esa absurda idea de que tienes que irte para que te quieran. Pero ¿y si quieren que te quedes?

Yo creo que cuando decides quedarte, cuando decides intentarlo, la vida siempre te da opciones. Puede que funcione, puede que no, puede que te quieran, puede que no. Pero siempre hay una posibilidad, siempre hay una puerta delante y siempre hay tiempo para irse cuando ya no quedan ganas ni fuerzas. Pero si decides irte, si cierras la puerta por el otro lado, se acabó. Y da igual porque ya no hay opciones.

Hay dos tipos de personas en el mundo, las que se van y las que se quedan. Y supongo que no hace falta decir en qué grupo me incluyo, ni de las que me gusta rodearme. Procuro irme solo cuando sé que no voy a querer volver. Y ojalá nunca tenga que perder algo para entonces, valorarlo (pero seguro que yo también caeré en la trampa muchas veces). Y ojalá nunca me quieran sólo cuando ya me haya ido (pero también seré objeto de la trampa muchas veces).

jueves, 24 de agosto de 2017

La carta que escribiría hoy



Hace un tiempo escribí una de las cosas (para mí) más bonitas que he escrito nunca. Era una carta (al amor de mi vida) y creo que, sin duda, lo que la hace tan bonita es que puede que describa los sentimientos más de verdad, más grandes, más intensos y más profundos a los que me haya enfrentado jamás. Y por suerte, en aquel momento tuve la capacidad de sacar de lo más hondo de mí todo aquello y a través de aquellas letras, hacerlo inmortal.
Por suerte también, lo eché a volar. No lo guardé en ningún cuaderno en el fondo de un cajón sino que lo compartí con un montón de gente porque creo que hay cosas que deben dejar de pertenecernos solo a nosotras mismas para ser de todos, del mundo. 

Cuando dejas por escrito lo que sientes siempre llega un día en el que te das cuenta de que todo ha cambiado, y tú también. Y menos mal.

Y que las cartas (a mí es que me gusta escribir cartas) que querrías escribir hoy ya no irían dirigidas a la misma persona, ni a las mismas razones, ni a los mismos dolores.

Y a lo mejor puede que lo que también haya cambiado un poco es que hoy no sé si me atrevería a escribir la carta que me resuena dentro. Pero si me atreviera, exactamente ahora, puede que dijera que ojalá leyeras esta carta y eso fuera como pellizcarte, o acariciarte… lo que sea, pero que lo sintieras. Ojalá pudieras sentir un segundo de mis ganas, de mi deseo. Ojalá contagiarte de mi empeño por no abandonar jamás algo (o alguien) con lo que sueño. Que a veces no sé si es un superpoder o una superputada, o simplemente la cabezonería de un tauro; pero no estoy hecha para rendirme. No hasta que es el sueño el que me abandona a mí. Y a lo mejor contigo me pasa lo mismo. 

Si la escribiera hoy, quizá esa carta también diría que por qué no. Que y si…

Que no tenemos prisa pero que en este mundo de locos no tenemos tiempo que perder. Y yo aún creo en las risas, en los roces y en todas las veces que la vida nos ha hecho coincidir. Porque quién soy yo para ir contra el universo, contra las casualidades, contra los deseos a las estrellas fugaces. 

Por eso sigo creyendo. En ti, en aquel miércoles, en aquel domingo, en aquel mensaje, en aquella sonrisa. 




Pero si escribiera hoy esa carta, seguramente al leerla de nuevo me preguntaría si, de verdad, sigo creyendo. O si ya no.

viernes, 18 de agosto de 2017

No he podido resistirme



Después de barbaridades como la de ayer es inevitable que se te pasen un montón de cosas por la cabeza. Unas muy feas y otras puede que incluso bonitas. Pero sí, sea como sea siempre consiguen hacernos sentir algo muy oscuro dentro. Porque es lo que quieren. Porque su objetivo no son esas personas que paseaban por Barcelona, ni Barcelona; ni las que disfrutaban de un concierto en París, ni París, ni Bruselas, ni Madrid… ese solo es su medio. Su medio para lo que de verdad quieren, que es que tengamos miedo, y odio, y rechazo. Es que sintamos que no podemos disfrutar de la libertad de pasear por donde nos dé la gana cuando nos dé la gana, ni de la de creer en lo que nos dé la gana, ni de la de amar a quien nos dé la gana. 

Su objetivo es que le eches la culpa a cualquiera que pasa por ahí, porque es negro. Que te lo creas, que tu odio sea real y que lo manifiestes. 

Cuando escucho noticias como la de ayer siento dolor, mucho. La pérdida de esas vidas es irreparable y ese es el verdadero dolor. De eso nadie te salva. 

Pero esos terroristas no solo han dejado esas víctimas (las que se ven en esos vídeos horrorosos), os están matando a muchos de vosotros y no os estáis dando cuenta siquiera. Porque de corazón creo que los que hoy compartís publicaciones con mensajes racistas, con mensajes de odio, con mensajes de culpa, sois las verdaderas víctimas de esos desalmados. Y eso sí que da miedo. No solo da miedo la probabilidad de que un día estés paseando por cualquier calle y te atropellen, o te apuñalen o te peguen un tiro. Lo que también da miedo, un miedo acojonante, es que de verdad algunos de vosotros estéis pensando que la solución para luchar contra asesinos, es cerrar la puerta y echar a palos a hombres, mujeres y niños INOCENTES (igual que tú, en teoría) que huyen de la muerte. De la misma muerte que huían los de ayer en Barcelona. EXACTAMENTE LA MISMA. Que sepáis que eso también es matar. No os equivoquéis, si quieres negarle a alguien la posibilidad de sobrevivir, lo estás matando. Y sin darte cuenta (y sin querer, espero) te estás asemejando sospechosamente a esos mierdas.

Y es lo que quieren. Que contribuyas, que les facilites el trabajo, que participes. Y a lo mejor si hoy las redes sociales están llenas de odio, es que un poco lo están logrando. Y si, cuando hay gente muriéndose en medio de la calle tu instinto no te dice que le ayudes, que le acompañes, que te quedes a su lado, o en todo caso, salgas corriendo y te pongas a salvo; y lo que te dice es que saques el puto móvil y lo grabes… de verdad que es que se están apoderando de nosotros.

No es necesario que te estalle una bomba en la cara para ser víctima del terrorismo. Y contra la probabilidad de estar en el sitio y en el lugar equivocado nadie puede luchar. Pero contra la ignorancia, contra el odio, contra la fobia a las personas de otro color, de otro idioma, de otra sexualidad o de cualquier otra cosa que no sea lo que piensas tú, aún se puede pelear. 

Porque un día puedes ser tú quien llame desesperadamente a una puerta en busca de ayuda, en busca de un trago de agua, en busca de una oportunidad para ti, o para tu hijo, o para tu madre… y puede que al otro lado de la puerta haya una persona de cualquier parte del mundo. Y no te gustaría que te juzgase y te dejase morir por venir de donde vienes, por creer en lo que crees, por SER QUIEN ERES. Porque ser español, blanco o europeo no te va a librar jamás de la probabilidad de que tu vida o la de los tuyos corran peligro. De que tengas que huir, de que tengas que dejarte la piel para sobrevivir. 

Yo no sé si a lo mejor algún día me quita la vida un terrorista, pero desde luego, sé que hasta ese día no habré sido ni una de sus víctimas ni una de sus cómplices. Porque no pienso nunca ser parte de ese odio. Pienso seguir creyendo en los buenos, confiando en que acabaremos con los malos, y me seguirán doliendo igual todas las vidas que trunquen, nacieran donde nacieran y mueran donde mueran.

Y a lo mejor si queréis que el horror y el odio se acabe, deberíais empezar a sacarlo de vuestras almas.

domingo, 13 de agosto de 2017

De dioses, estrellas y fe.



El destino, las casualidades, el karma, algún Dios… da igual en qué, pero todos buscamos algo en lo que creer. Yo no sé en qué, pero lo cierto es que cuando algo me aprieta necesito creer.

A veces pienso que hay cosas que debían estar escritas en algún sitio, que hay cosas que tienen que ser por algo. Caminos que se cruzan, personas que aparecen y cuando miras bien, ves que ya habían pasado por ahí antes, aunque no te diste ni cuenta. Cosas que no tienen explicación pero que sin querer, necesitas dársela.

Yo ya no sé lo que existe y lo que no, por eso sé que la verdadera fe la tengo dentro de mí. Que anoche esperé hasta las tres de la madrugada para salir a mirar al cielo y esperar ver (al menos) una estrella fugaz antes de dormir.  Y vi dos. Pedí dos veces el mismo deseo y me fui a la cama más tranquila. Como si de verdad creyera que esas dos estrellas fuesen a regalarme lo que les pedí. Y seguramente no, como otras muchas veces. Pero eso también es fe. Eso también está dentro de mí. Seguir creyendo siempre en algo a pesar de tantas demostraciones de que nada existe.

Pero creo. Y lo cierto es que no es en las estrellas en lo que creo, ni en el destino, ni en ningún Dios. En lo que creo es en esas cosas, en esas personas, en todo eso que tengo dentro y que me lleva a seguir creyendo. No creo en esas estrellas de anoche, creo en lo que deseé. No creo (ni necesito) en un Dios que me perdone, que me salve, que me proteja. Pero creo (o sé) que hay sitios, momentos y personas que pueden curar, salvar, empujar, detener, levantar y seguir creyendo. 

Un cuerpo en el que de verdad encuentras tu templo, tu calma, tu esencia. 

No sé qué es exactamente rezar, pero sé lo que es desear algo con toda mi alma justo antes de cerrar los ojos, o justo al abrirlos. Y al soplar una vela, o al encenderla. O al quemar un papel. O al escribir la carta a los Reyes. Así que creo que eso es lo que de verdad existe. Lo que me gustaría, lo que me mueve, lo que me despierta. 

Y tengo suerte, incluso cuando tampoco creo que en la suerte. Porque no necesito encomendarme a un solo ser del que debo cuestionarme su existencia, sino a mí misma y a todo eso en lo que tengo mi alma repartida. Tengo dentro tantos dioses (y diosas) que nunca puedo perder la fe del todo. A veces es un abrazo, a veces es un mensaje, a veces es el momento en que se apagan las luces y empieza a sonar “Tambores de guerra”… pero siempre hay algo. De verdad que las estrellas fugaces no están en el cielo, están aquí abajo y tienen nombre. 

Los seres extraordinarios que te van a salvar de verdad cualquier día son de carne y hueso.