lunes, 27 de noviembre de 2017

Que cambie todo...




[La otra parte de la historia. Mi otra parte. El origen, la razón. Ella, de primera mano. Cuando le propuse esto tampoco se lo pensó, no lo dudó. “Claro que sí, cuenta con ello”. Es la primera vez que alguien que no soy yo escribe en este blog. Qué menos, ¿no?

Y antes de nada yo solo puedo darle las gracias. Por querer, por hacerlo, por adaptarse. Porque sé que si no fuese porque YO se lo he pedido, ella no lo habría hecho. Porque no lo necesita. Porque estas no son sus maneras, este no es su estilo, ella no “funciona” así. No abre el alma con facilidad, no dice demasiado. Y ha dejado ver un trozo de sí misma para todos vosotros sólo porque yo quería que lo hiciera.

Lo primero que me llamó la atención cuando leí lo que había escrito, es que le había puesto título, “Que cambie todo”. Luego, además, se me escaparon algunas lágrimas y unas risas, también. 

Aquí lo tenéis, o la tenéis, a ella.]




QUE CAMBIE TODO

Ya lo dijo Juanes… “que cambie todo, pero no el amor”

El amor en todas sus formas, la forma de amar, la forma de querer.

Que no dejemos de tenernos, que no cambiemos el querernos.

Que sigamos siendo tan únicas y esto nuestro, tan imperturbable en el tiempo y la distancia.

Que nos enfademos, nos desesperemos… que nos demos capones, e incluso, ¡que nos odiemos! pero que no cambie el amor. 

Que tú sigas creciendo, que yo avance a trompicones, pero que siempre tengamos nuestra isla, nuestro pequeño paraíso allí donde estemos cada una. 

Que siempre seamos familia.

Me has regalado una casa siempre, un hogar al que volver cuando lo merecí, y también (y sobre todo) cuando no. 

Que siempre me engañes cuando quieras reír, porque yo siempre me voy a creer todo lo que tú me digas. 

“Siempre”, mucho “siempre” en este escrito… pero más “siempre” aún hay en ti.

Tú eres sinónimo de siempre.

Y los que nos cruzamos en tu camino, sabemos que ese cruce es ya para siempre.

Gracias por creer en mí más que yo misma, por la fe. Gracias por ayudarme a crecer, porque tú siempre siembras vida.

Así que, que cambie todo… que cambie la ciudad, el trabajo, el dinero… que cambie todo eso que importa tan poco, pero que no cambie el amor.

10 años después de empezar a querernos, aquí seguimos.

Vamos, a seguir llenándonos, de Jony y de Maik, de rice, lemaos, zartis y Toshiba (¿qué es Toshiba?). Vamos a seguir apretándonos la cabeza con las manos y fundiéndonos en abrazos infinitos (¨nena, estás muy flaca… cómete un bocadillo¨)

Vamos a por un “pasado, presente, futuro” lleno de SIEMPRE.




-       “La verdad es que nunca he sabido por qué me quieres tanto”
-       “Ya, yo tampoco lo sé”


Has de saber ahora tú, que yo también te quiero, montañita.


L.
 

domingo, 26 de noviembre de 2017

Dos años y un ciclo.



Cuando una decide escribir un libro (al menos cuando lo decidí yo) puede escoger varios caminos. Cuando empecé a escribir y a dar forma a lo que quería crear, enseguida me di cuenta de que yo sólo podía escoger uno. Y era el de darlo todo.

Probablemente lo más complicado de escribir un libro y publicarlo, para mí, fue asumir la idea de que si lo hacía, debía ir con todo; y con todo lo que ello implica. Abrirme en canal, intentar expresar con el máximo detalle posible cada sentimiento y cada razón que me había llevado hasta ahí. Hasta Alma de Superhéroe.

Escribir un libro desde las entrañas es empezar un ciclo muy difícil de continuar, muy difícil de mantener a la altura y muy difícil de (algún día) cerrar.

Por eso, dos años después y tras pensármelo mucho, decidí que algo tan especial como Alma de Superhéroe merece hacer una parada igual de especial (o más). 

Hablar sobre el origen de Alma de Superhéroe es hablar de una persona. Una persona que me cambió la vida para siempre, que de algún modo, me la dio… y de algún otro modo también me la “quitó”. 

Escribir sobre ciertas cosas, meterlas en un libro y echarlas a volar es una gran responsabilidad. Hablar de amor, de amor infinito, de amor de mi vida; hablar de siempre, hablar de para siempre; hablar de un montón de cosas que, si yo no creyera de verdad, no tendría sentido hablar.

No tendría valor ninguna de esas páginas si hoy no pudiera seguir creyendo que soy un alma de superhéroe. Que, aunque seguramente hoy ya no las escribiría igual, sigo siendo leal y fiel a cada palabra porque de verdad salieron de lo más profundo de mí. 

Escribí ese libro para, de alguna forma, salvarme. Para vaciarme. Para recomponerme. Para liberarme. Para hacer algo eterno. Para que algo se fuera. Para que algo llegase. Y creo que todo eso es ser un superhéroe. Hacer lo que una necesita para salvarse y para salvar a otros. Sea lo que sea. 

Hace dos años, un día como hoy, no sabía qué me iba a deparar el futuro. No sabía si había hecho lo correcto, si merecía la pena haber hecho a alguien inmortal en esas páginas y haberlo hecho con tanto amor. No sabía si algún día ella lo leería. No sabía si volvería a verla. No sabía nada y aún así, nunca dudé ni un segundo de que nunca iba a arrepentirme de ninguna de mis palabras porque siempre supe que más allá de las circunstancias, de la vida, de la distancia, de ella y de cualquier otra cosa o persona; estoy yo. Y yo hace ya casi diez años que tengo claro que empecé a quererla en algún momento que no puedo ni identificar, y que nunca iba a dejar de hacerlo.

Y eso es lo único cierto, lo único que sé, lo único que no cambia y lo único que depende de mí. Que voy a quererla siempre, que esas letras siempre van a ser verdad, en cualquier momento en el que sean leídas, seguirán siendo verdad. Seguirán siendo verdad y seguirán siendo para siempre. Y no sé cuánto de lejos o cerca estaremos mañana, en un mes o dentro de otros diez años, pero seguiré latiendo (al menos en una parte) a ese compás. 

No ha sido fácil y probablemente no vaya a serlo nunca, encontrar siempre un punto en el que volver a encontrarnos. Encontrar siempre un sitio al que volver. Porque a veces nos hemos ido tan lejos que una ya no recuerda el camino. A veces hemos sentido incluso la palabra nunca. Hemos sentido que no, que no se podía, que nunca podríamos. Hemos sentido un montón de cosas y no todas han sido de las que dan aire; hemos sentido también las que ahogan, las que aprietan, las que escuecen.

Pero al final “las luces te guiarán a casa”. Al final siempre pesa más lo bueno, siempre tira del corazón una fuerza poderosa que nos arrastra hasta volver a fundirnos en un abrazo que, a pesar de todo, siempre es como el primer día. 

Y no, no es necesario que una relación dure toda la vida para que entre dos personas exista un amor verdadero y eterno. Lo que hace que sea amor y que sea verdadero es esto. Es seguir teniendo estas palabras para alguien que es todo lo que yo nunca sería. Para alguien capaz de hacerme dudar mil veces si debería estar escribiendo esto, antes de escribirlo. Para alguien que (creo) aún no es un alma de superhéroe pero que sigo teniendo fe en que llegará a serlo. 

Alguien que me ha hecho dudar mucho, llorar, crecer, aprender y VIVIR.

Alguien que sigue siendo también todo eso por lo que la quiero, que hace la vida fácil, que entiende que la vida es solo disfrutar, que nada es tan importante. Que me hace reír siempre. 

Alguien que intenta también entender mi manera de ser, de hacer y de sentir; y adaptarse, a pesar de tener maneras tan absolutamente distintas. Alguien que a pesar de todo también sigue siendo mi hogar. Que cuando busca el suyo, me encuentra a mí. Alguien que no dudó ni un segundo cuando le conté que tenía esta idea. 

Alguien que sigue siendo todos los recuerdos, sigue siendo Juanes, Manuel Carrasco, “ese pedacito que me sabe a poco”. Sigue siendo “Dig”. Y nunca quitará el seguro antes de que yo abra la puerta; y yo nunca esperaré que quite el seguro para abrirla. 

Y para algunas cosas puede que nos llegásemos demasiado pronto, y que ya siempre vaya a ser demasiado tarde. Pero para el alma, nunca habrá tiempo. En lo importante, en lo valioso, somos atemporales. Ni pasado, ni presente, ni futuro. Porque como dice Juanes, “para tu amor no hay despedidas, para tu amor yo solo tengo eternidad”


Escribir un libro desde las entrañas es empezar un ciclo muy difícil de continuar, muy difícil de mantener a la altura y muy difícil de (algún día) cerrar.
Tardó un año en aterrizar en sus manos, y otro año más para ir recolocándonos pieza a pieza. Pero ahora sí, el ciclo está cerrado. 

Gracias.

Y felices dos años, Alma de Superhéroe.

 



“Montañas de sal, mi luz mi puerto, mi lugar…”

domingo, 19 de noviembre de 2017

Paraísos



Llevo casi treinta años viviendo en Moratalla y, hace demasiado poco tiempo, he empezado a reconocer de verdad lo que significa eso. Hace demasiado poco tiempo que camino por estas calles mirando alrededor y viendo, realmente, la inmensidad de todo lo que me rodea.

Llevo casi treinta años viviendo en el paraíso y la mayor parte de ese tiempo no he sido consciente de ello. Porque cuando tienes el paraíso en casa, muchas veces, no te das cuenta. 

De repente, empiezas a ver las calles llenas de gente que viene de fuera, que viene de lejos; para disfrutar de algo que tú tienes la suerte de disfrutar cada día de tu vida. Gente que viene buscando un paraíso, buscando una cura, buscando todo eso de lo que tú llevas rodeado toda la vida.

Supongo que es porque, a veces, las cosas solo se ven bien desde lejos. Hay bellezas que no se aprecian si te acercas demasiado. Perspectivas quizá. 

Debo reconocer que desde que fui consciente de esto, camino distinto, disfruto distinto, miro distinto. Me siento más afortunada de ser de donde soy e intento recordarlo cada momento que estoy aquí y cada momento que estoy lejos.

Después de darme cuenta de eso, lo siguiente que me vino a la cabeza es que con las personas ocurre exactamente lo mismo. Nunca vemos bien a quienes más cerca tenemos. Nunca valoramos suficiente a quienes más cerca tenemos. Nunca nos sentimos suficientemente afortunados de rodearnos de quienes nos rodeamos.

A veces se nos olvida, se nos pasa. Y hace falta que venga alguien de fuera, alguien de lejos, buscando su paraíso para que te des cuenta de que tú lo tenías sin moverte de casa. Porque hay personas que son paraíso, que son inmensidad, que son casa, que son cura, que son salvación. Y muchas las tienes al lado cada día y no las miras. No aprecias cierta belleza porque a veces, desde cerca, se distorsionan las imágenes.

Y como yo no quiero que eso me siga pasando, intento con todas mis fuerzas mirar bien, fijar la vista, tener al máximo siempre todos mis sentidos. Para no perderme la belleza de lo que tengo cerca, ni lugares, ni personas. Y he empezado a vivir intensamente la sensación de tener al lado a alguien y decirme en lo más profundo “qué suerte tengo”. 

Cuántas querrían besar esa boca y sin embargo, la estaba besando yo. Cuántas querrían ese abrazo fuerte que me estaba dando a mí. Cuántas querrían tener cerca lo que tengo yo. ¿Cómo podría no ser consciente de eso? ¿Cómo podría no disfrutar el doble de cada una, sabiendo que otras vendrían de lejos para estar en mi lugar, para encontrar su paraíso?

Incluso yo, quizá, he sido paraíso, hogar o cura para otras que desde cerca no pudieron, no quisieron o no supieron verlo.

Y eso es lo último que he aprendido. Que nadie deja de ser inmensidad aunque los que están cerca no sepan apreciarla. Moratalla siempre fue paraíso, incluso cuando no la respiramos con la suficiente fuerza. Y tú, has sido siempre maravillosa incluso cuando no te valoraban suficiente.

Incluso yo, quizá, he sido la suerte de alguien que en ese momento no se dio cuenta. Y no pasa nada, a veces, algunas personas solo se despistan.

Se despistan, se equivocan, no pueden o no están listas para ver la inmensidad, la belleza, la suerte. Puede que no estén listas para verlo ni en sí mismas. Y esa es otra cosa que acabo de aprender… 

Las personas que no saben que son inmensas no están listas para que tú aprecies su inmensidad.