martes, 20 de abril de 2021

Dormir y soñar

 

Que la persona con la que duermes sea también con la que sueñas. Eso es tener suerte.

Hace un tiempo escribí esa frase y aún recuerdo exactamente aquella sensación. Me suena de fondo Vanesa Martín y me transporta.

Hace muchos años cometí uno de los mayores errores que creo que he cometido nunca; no ser consciente y valorar lo que más quería. No sentirlo como algo extraordinario cuando realmente lo era.

Desde aquello, me prometí a mí misma que nunca volvería a pasarme. Que me esforzaría mucho, si alguna vez volvía a sentir algo parecido, para no olvidar en ningún momento lo afortunada que era. Que valoraría a la persona que tenía al lado como cuando cumples un sueño y sabes que lo estás cumpliendo.

Y ahora recuerdo perfectamente la primera vez que, después de tanto tiempo, sentí que estaba cumpliendo un sueño. Porque a veces, cumplir un sueño se traduce en algo tan simple (pero tan maravilloso) como tener al lado a quien más deseas.

Y, tal y como me prometí un día, valoré cada segundo de aquel sueño. Lo disfruté, lo absorbí, lo viví como hacía mucho no vivía nada. Consciente, ilusionada y afortunada.

Una nunca sabe cuánto va a durar un sueño, pero de aquél, me desperté con la tranquilidad de haber respirado cada instante. De haberme perdido en aquellos ojos, de haberme impregnado de aquel olor, de haberme reído desde las entrañas. De los nervios de los domingos, o de los martes. De los partidos buscando siempre el empate. De aquellos ratitos de magia.

Y de aquel “sueño” desperté habiendo aprendido algunas cosas. Como venía diciendo, lo primero que aprendí, fue a valorar cada instante en el que he dormido con la misma persona con la que sueño. Sabiendo que eso es un placer y una suerte. Quizá no un derecho, pero sí un deber, apreciar y reconocer esa fortuna. Y cuando digo dormir, digo también despertar, comer, pasear… en definitiva, vivir.

La segunda, que no me interesa dormir con alguien con quien en realidad no sueño. Que no quiero conformarme, vivir y compartirme con alguien que no me hace soñar. Que, a veces, es mejor soñar en solitario que renunciar a un sueño. Esperar al león y no irte con la cebra solo porque pasaba por ahí. Porque tienes prisa, porque tienes hambre, porque tienes miedo.

Esperar lo extraordinario y no quedarme con lo corriente. Porque, el día que te das cuenta de que puedes sentir algo extraordinario ya nunca puedes aceptar menos.

Lo tercero y último (por hacer la lista finita, en palabras de Risto) es que tampoco quiero ocupar una cama a cuyos sueños no pertenezco. Donde no me sientan como algo extraordinario. Donde yo no pueda ser extraordinaria.

Porque lo peor que podemos hacer con el amor es compartirlo de forma mediocre. Y no hablo de personas mejores o peores, sino de la magia, de lo que se crea. De lo que inspiramos y nos inspiran. De las ilusiones, de los valores, de las ideas, de los planes… de imaginar la vida con la persona que tienes al lado, porque si no, ¿qué sentido tendría?

Un lugar en la cama lo puede llenar cualquiera, un lugar en los sueños es otra historia.