Ella es en
sí misma el sofá, la manta y la peli. El invierno y la lluvia de fuera y el
calor de estar en casa.
Es todo el
pasado que se fue, que dolió y que no va a volver. Es todos los porqués. Las razones,
las casualidades y el destino. Es el futuro que sabes que nunca va a ser. Es presente
intermitente, a ratos, a golpes y a destiempo.
Eres tú. O al
menos, podrías serlo.
Tengo una
caja llena de cosas que no te he dicho y quizá algún día, antes de irme, te la
deje debajo de la cama, o en lo alto de un armario. Está llena de razones que
podría haberte dado. Llena de entradas de cine de todas las películas que hice
en mi cabeza y que nunca fuimos a ver. Llena de letras en las que te cuento que
de todas las cosas que nos quedaron pendientes, últimamente me asalta
especialmente la idea de bailar contigo. Con cada canción que escucho, me
revientan las ganas de bailar cerca de ti. Y de contártela por la mañana justo
antes de salir de la cama. Las ganas que salen justo desde el centro del pecho.
Ahí donde algo empuja fuerte, como queriendo escapar. Y a lo mejor eres tú,
luchando por salir de lo más profundo de mí. A veces quizá eso es lo que ahoga,
alguien que quiere salir y que nos empeñamos en retener.
Te dejaré
en la caja también un lo siento, por haber querido retenerte aquí, entre mis
costillas. Siento haberme quedado demasiado tiempo despierta cuando querías
dormir. Y así con todo. Todo se parece a ese momento en que tú solo necesitas
cerrar los ojos y descansar y alguien te toca y te despierta una y otra vez.
Perdóname. Pero
es muy difícil (más de lo que te imaginas) dejar salir del alma a alguien que
es sofá, manta y peli. Todo al mismo tiempo.
No sé si
habéis escuchado el discurso de Javier Calvo que circula por ahí estos días. Si
no, os invito a que lo hagáis. Javi es actor y director de cine y, además de
todo eso también es homosexual. En su discurso, habla sobre la importancia de
poder ser quien es. De la libertad de ser uno mismo.
Esto me ha
recordado también a una canción de (mi amado) Manuel Carrasco de la que
precisamente estrenó videoclip hace unos días. “Siendo uno mismo en cualquier
parte” es una canción y un lema que acompaña siempre a Manuel (junto con el no
menos importante “No dejes de soñar”) y una de las razones por las que creo que
lo admiro tanto. Por esa capacidad y esa convicción absoluta de que uno puede
llegar todo lo lejos que quiera y merece sin dejar nunca de ser quien es.
Y hace
tiempo que yo tengo muchas de esas cosas en la cabeza y sobre las que me
gustaría escribir. Pienso mucho y muy a menudo en lo valioso que es sentirse
libre para ser lo que una es. Y en lo triste y duro que es no poder serlo. La injusticia
dolorosa de no sentirse querido, respetado o aceptado; a veces por la sociedad,
a veces por desconocidos, y a veces, incluso por las personas a las que más
quieres en el mundo.
Hace tiempo
que, por suerte y valga la redundancia, sé que soy una afortunada porque en
algún momento de mi vida me sentí un poco perdida y me costaba entender algunas
cosas de mí misma, pero me crucé con alguien que supongo que la vida me puso
ahí para eso, para darle sentido. Y desde que lo hice, desde que aprendí lo que
era y que todo encajaba, y hasta hoy, nunca me he sentido cohibida, rechazada o
menos querida por ser quien soy. Jamás.
Y sé que
soy una privilegiada, que por desgracia eso no es lo común. Que aún hay un
montón de personas en el mundo que tienen que pelear (a veces literalmente) por
el derecho a vivir su vida siendo lo que son. Por su libertad, por su
aceptación, por el amor de otros, por sobrevivir, porque les respeten.
Aún hay muchas
personas perdidas y equivocadas, pensando que ser diferente es ser peor. Que ser
diferente es malo. Que la felicidad es encajar, es sentirse uno más, formar
parte de un todo. Es ser como todos.
Y a mí me
gustaría que a mis hipotéticos hijos, a mis sobrinos, a los hijos de mis amigos…
les enseñaran siempre que tienen derecho a ser quienes quieran ser, o quienes
simplemente sean. Porque hay cosas que uno quiere ser, que uno elige; la ropa
que lleva, la música que escucha, los libros que lee… y hay otras cosas que uno
sencillamente es; sensible, tímido, HOMOSEXUAL (o bisexual, o loqueseasexual). Porque
sí, homosexual se es. No es una moda, no es una elección; es sólo SER. Esa es
otra cosa que aún muchos no han aprendido.
Me gustaría
que les enseñaran que sentirse diferente es bonito, es ser especial, es ser
único. Que no tienen nunca que esforzarse por ser como el resto, que no tienen
que fingir ser como ellos. No porque los demás sean peores, sino porque tampoco
son mejores. Porque cada uno es quien es y eso es maravilloso.
Que no
tienen que hacer lo ven, sino lo que sientan. Que sean quienes sean, tendrán su
sitio. Que les mueva lo que les mueva, tienen que seguirlo. Que no tengan miedo
ni un solo día de su vida de llegar a casa de la mano con un chico o con una
chica. De pasear por la calle, de besar y de ser feliz al lado de la persona
que les haga felices.
Pero que
les enseñen también a no hacerle sentir miedo a nadie por ser quien es. Que nunca
juzguen, insulten o menosprecien. Que nunca aparten al que no encaja. Que siempre
respeten, que escuchen, que entiendan, que valoren, que aprecien al diferente y
que sepan que tener a alguien así al lado les hará afortunados y mejores
personas.
Y que
siempre que se sientan confundidos o perdidos encuentren algo que les guíe,
algo que les empuje. Personas buenas y bonitas que desde su posición se
convierten en ejemplo, que visibilizan, que muestran y demuestran que existen
todas las posibilidades. Gente que hace pelis, libros, canciones, historias para
que cuando otros estén perdidos puedan encontrarse, puedan creer que hay sitio
para ellos, para que sepan que no están solos y que pase lo que pase, deben
seguir haciendo su camino.
Gracias a
todos los “Javis” y “Manueles” del mundo que nos regalan su mensaje de fuerza y
de esperanza, de compañía, de valor. Que nos hacen sentirnos reflejados y nos
invitan a seguir siempre siendo uno mismo en cualquier parte.
Y gracias a
todas las personas que facilitan al resto ser quienes son. Gracias a todas las que
me lo habéis facilitado a mí. A las que queréis a los demás por encima de cada
una de sus cualidades, de sus capacidades, de sus preferencias y de sus
maneras.
Y ánimo a
las que no encuentran eso a su alrededor, a las que aún os lo ponen difícil. Ánimo
y fuerza, y no dejéis de ser quienes sois le pese a quien le pese, sea quien
sea la persona que os quiere limitar, no se lo permitáis. Siempre merece la
pena, seguir siendo, por encima de todo, UNO MISMO EN CUALQUIER PARTE.
Pues hoy
que es 21 de enero creo que ha quedado un buen día para decirte que gracias. Por
enseñarme que nunca nada, nadie, merece tanto mi pena. Pero que al final
siempre merece la pena haberlo intentado. Que mi ilusión siempre gana a todas
las decepciones, por eso sigo creyendo. Y menos mal. Que a quien no quiere
quedarse no hay que pedírselo. Que por cada persona que quiere irse hay, al
menos, dos que quieren llegar, estar y permanecer. Que sigue existiendo el
poder curativo de un reencuentro, de un café que se alarga a merienda, de un
mensaje escrito al azar que te hacer reír como una imbécil. Que en mi equipo
quiero siempre a los que suman. Que retener, empeñarse y estancarse nunca
sirve. Que hay que dejar que vuele aunque sea muy lejos de ti (de mí). Que merezco
que alguien me quiera tanto como yo a ti. Que es mejor ir haciendo hueco siendo
siempre lo que soy, que querer ser otra cosa para ocupar un lugar al que en
realidad no pertenezco. Que no tengo por qué conformarme. Que todo pasa. Que todo
llega. Que todo se va. Y todo sigue aunque sea sin ti, sin nada. Porque siempre
queda algo. Siempre quedo yo.
No
sé si aún llego a tiempo de pedir algo. Como si llegar tarde fuese la razón por
la que nunca llega, por la que nunca se cumple. Así que, qué más da.
Del
2017 he aprendido que soy capaz de malgastar todos mis deseos, estrellas
fugaces, velas de cumpleaños y “rezos” antes de dormir; en cosas que nunca van
a llegar. Y aun así, lo último que hice el 31 de diciembre, a las 23:55h fue
escribir en un papel lo que quería pedirle al 2018. Las doce uvas, los doce
meses, volví a usarlos y supongo, a malgastarlos. Porque no se cumple, porque
es mentira.
Hoy
creo que una no desea, una se propone. Se propone y se busca la vida para
traerlo, y entonces ya veremos si la vida te deja. Si te sopla a favor o en
contra. Y la verdad, casi siempre te pega en la frente.
Así
que para el 2018 me he propuesto dejar de hacerlo. Dejar de desear, dejar de
pedir, dejar de creer. No malgastar estrellas fugaces, ni las velas de los 30,
ni las próximas doce uvas. No querer muy fuerte nada antes de dormir. Ni al
despertar tampoco. No esperar nunca que llegue la suerte. No esperar. Nunca.
Y
por si cumpliera, le pido que se lleve. Que se lleve sueños que no existen,
mochilas que pesan, lastres y todo lo que duele.
Le
pido que se acabe lo que ahoga, y respirar. Solo respirar.