jueves, 2 de agosto de 2018

Mi mejor versión


A veces, cuando la gente tiene cosas relativamente valiosas, las reserva. Las cosas nuevas, las cosas que valoramos especialmente. Las caras, las especiales… las cuidamos siempre más. 

Si de todas nuestras pertenencias pudiéramos tener dos piezas, tendríamos una para las ocasiones especiales y otra para las “normales”. Para que no se estropee, para que dure más, para mantener el máximo tiempo posible su cualidad de “nuevo”, intacto, limpio, bonito, cuidado.

[El coche nuevo para los viajes largos e importantes, el coche viejo para las calles estrechas, las cuestas y el barro.]

Yo no tengo casi nada demasiado caro y valioso (y mucho menos lo tengo doble para poder reservarlo) salvo a mí misma.
Puedo (intentar) ser muchas versiones de mí misma, pero sólo una es la verdadera, la cara, la valiosa, la única. Y si quiero llegar a ser muy vieja conservando algo de lo mejor de mí, quizá debería empezar a conservarlo mejor.

Y como soy un genio, se me ha ocurrido una idea genial: reservar mi mejor versión únicamente para la gente que de verdad se lo merece. Y para el resto voy a tener una versión diferente, y va a ser una “versión espejo”. Y eso consiste en que voy a ser exactamente como tú seas conmigo. Que voy a dar nada más y nada menos que lo que reciba. Me parece lo más justo.

Acabo de descubrir que tengo un súperpoder que no sabía, el que está por encima de todos. El superpoder de la libertad para elegir a quién dejo disfrutar del resto de mis superpoderes y a quién no.
El poder de conservarme, de cuidarme, de protegerme. De no malgastarme, de no entregarme a quien no debo, de no fundirme, de no reventarme.

Así que desde ahora así va a funcionar esto. Nada de sacar mi mejor versión, la última y actualizada, frente a alguien que a mí me regala su más antigua, rancia y descuidada. Nada de dar duros por pesetas. Nada de siempre por a veces. 

Si pudiera elegir una ley universal que reinara en todo el mundo, impondría la ley del “no le hagas a nadie lo que no te gustaría que te hicieran a ti”. Y lo más parecido que se me ocurre que tengo en mi mano, es esto. Si todos fuéramos espejos, quizá muchos aprenderían algo de sí mismos (y falta les hace). 

Si supiéramos que vamos a recibir lo que damos, seguramente nos molestaríamos en dar algo bueno. Aunque fuera por puro egoísmo, da igual. Generosidad por generosidad, amor por amor, ausencia por ausencia. Y así.

Y a partir de hoy, que sepas que vas a encontrarme como eres. Y si te duelo, y si te aburro, y si te canso, si te fallo… sabrás que eso es lo que yo encuentro en ti. Y si te hago reír, te lleno, te abrazo y te hago sentir bien, también eres tú.

No hay nada peor que un poder mal utilizado, la fuerza ejercida en el sitio erróneo, la energía desperdiciada en lo que no funciona, el amor mal repartido. En todos esos fallos que cometemos cada día empieza a estropearse la vida. 

Nunca he dado de mí lo que se supone que otros merecen. No acabo de creer en eso, o quizá yo no estoy hecha así. Pero he comprobado que incluso aunque puedo ser infinita, al poner mi energía en algo, inevitablemente, tengo que dejar de ponerla en otra cosa. Que si algo me absorbe demasiado, no me queda nada para el resto. Y que algo debo hacer mal si quien se lleva lo mejor de mí no me devuelve nada, y quien me encuentra vacía es quien siempre me suma. 

Y a lo mejor la vida sí va un poco de eso, de dar a cada uno lo que se merece. De repartirse bien. De entregarse sólo cuando lo valoren. De quedarte si se quedan. De irte si se van. 

Los superhéroes están para salvar el mundo. Y salvar el mundo es eso, conservar las mejores versiones, alentar a otros a sacar las suyas. Compartir lo bueno y mostrarnos lo malo para aprender a matarlo. 

Empecemos.