martes, 11 de septiembre de 2018

Las dos caras del arte


El mundo se divide en dos tipos de personas; las que crean y las que inspiran. 

A cada lado de un libro, de una poesía, de una canción; está quien la escribe y para quien la escribe. Porque siempre, siempre, es para alguien, o porque alguien. Y casi siempre (yo diría siempre pero voy a ser prudente) ha tenido que haber, también, dolor.

Hasta las alegres, esperanzadoras y motivadoras, han nacido del dolor, siempre. Cada letra que habla de que sí que puedes, de recomponer, de reconstruir, de volver, de empezar, de soltar… está hablando, en realidad, de la destrucción que hubo antes, de cuando lo perdiste todo, de cuando creías que no podías, de cuando te agarrabas…

El arte es una línea que nos divide en dos, unos nacemos para estar a un lado y otros, al otro. O eres quien sufre o eres quien hace sufrir. O eres quien escribe o eres para quien escriben. Y la canción, el libro, la poesía; es lo que hay en medio. Es la distancia a la que nos encontramos, una distancia tan corta y a la vez tan jodidamente inmensa.

La distancia entre la sensibilidad y la insensibilidad, entre la empatía y la apatía, entre quien duele y a quien le duele. Es una distancia tan aparentemente corta (unas cuántas páginas, unos versos, tres minutos de canción) que a veces creemos que no existe, que se puede obviar. Pero en realidad es una distancia tan inmensa, infinita, que jamás puede dejar de estar ahí. 

Siempre seremos de una de las partes, hemos nacido ahí y moriremos ahí. El artista siempre será artista (la sensible, la que llora, la que sufre, la que escribe, LA QUE DA) y la musa siempre será la musa (la que hiere, la que inspira, LA QUE RECIBE).

Y supongo que los dos lados tienen sus cosas positivas y negativas, sus dificultades. Y para estar en cualquiera de ellos, una tiene que “valer”. Asumir y cargar con sus consecuencias. No sé si existirá esa especie que tenga el don de pertenecer a ambos lados al mismo tiempo. 

Yo, hasta ahora, solo he conocido una de las partes. Estoy a este lado de cada una de mis letras y sé quién ha habido al otro lado de ellas. Y a veces pienso que me ha tocado el lado malo, el oscuro, el que más jode. La que siempre pierde, la que más da (y menos recibe). Y creo que ser la que inspira debe ser la hostia. 

Luego lo pienso mejor y creo que bueno, quizá dar más que recibir no siempre es perder. Que puede que incluso, al final, me hayan dejado más de lo que me quitaron. Que todo lo que alguna vez se han llevado de mí me lo ha devuelto la inspiración, las letras, un libro. Y eso me ha permitido crear, construir y compartir. Y las cosas que eso me ha dado por el camino valen más que quienes me hicieron escribir.

Cada una debe ser consciente del lugar al que pertenece, de sus posibilidades y de sus condiciones. Y yo, al otro lado, no podría vivir. No lo haría bien, no serviría. No sería capaz de soportarlo. No me gustaría nunca leer un libro y saber que lo inspiré porque entendería demasiado bien cuánto tuve que doler. Y si ese es el precio que hay que pagar, a mí no me compensa. 

Por eso admiro a las que inspiráis, a quienes soportáis esa responsabilidad y vivís con ella. Supongo que a veces, antes de dormir, también os duele. 

El mundo se divide en las personas que crean y las que inspiran y ambas son igual de necesarias y valientes. Y si no fuera así, no existiría el arte, y todos perderíamos.

jueves, 2 de agosto de 2018

Mi mejor versión


A veces, cuando la gente tiene cosas relativamente valiosas, las reserva. Las cosas nuevas, las cosas que valoramos especialmente. Las caras, las especiales… las cuidamos siempre más. 

Si de todas nuestras pertenencias pudiéramos tener dos piezas, tendríamos una para las ocasiones especiales y otra para las “normales”. Para que no se estropee, para que dure más, para mantener el máximo tiempo posible su cualidad de “nuevo”, intacto, limpio, bonito, cuidado.

[El coche nuevo para los viajes largos e importantes, el coche viejo para las calles estrechas, las cuestas y el barro.]

Yo no tengo casi nada demasiado caro y valioso (y mucho menos lo tengo doble para poder reservarlo) salvo a mí misma.
Puedo (intentar) ser muchas versiones de mí misma, pero sólo una es la verdadera, la cara, la valiosa, la única. Y si quiero llegar a ser muy vieja conservando algo de lo mejor de mí, quizá debería empezar a conservarlo mejor.

Y como soy un genio, se me ha ocurrido una idea genial: reservar mi mejor versión únicamente para la gente que de verdad se lo merece. Y para el resto voy a tener una versión diferente, y va a ser una “versión espejo”. Y eso consiste en que voy a ser exactamente como tú seas conmigo. Que voy a dar nada más y nada menos que lo que reciba. Me parece lo más justo.

Acabo de descubrir que tengo un súperpoder que no sabía, el que está por encima de todos. El superpoder de la libertad para elegir a quién dejo disfrutar del resto de mis superpoderes y a quién no.
El poder de conservarme, de cuidarme, de protegerme. De no malgastarme, de no entregarme a quien no debo, de no fundirme, de no reventarme.

Así que desde ahora así va a funcionar esto. Nada de sacar mi mejor versión, la última y actualizada, frente a alguien que a mí me regala su más antigua, rancia y descuidada. Nada de dar duros por pesetas. Nada de siempre por a veces. 

Si pudiera elegir una ley universal que reinara en todo el mundo, impondría la ley del “no le hagas a nadie lo que no te gustaría que te hicieran a ti”. Y lo más parecido que se me ocurre que tengo en mi mano, es esto. Si todos fuéramos espejos, quizá muchos aprenderían algo de sí mismos (y falta les hace). 

Si supiéramos que vamos a recibir lo que damos, seguramente nos molestaríamos en dar algo bueno. Aunque fuera por puro egoísmo, da igual. Generosidad por generosidad, amor por amor, ausencia por ausencia. Y así.

Y a partir de hoy, que sepas que vas a encontrarme como eres. Y si te duelo, y si te aburro, y si te canso, si te fallo… sabrás que eso es lo que yo encuentro en ti. Y si te hago reír, te lleno, te abrazo y te hago sentir bien, también eres tú.

No hay nada peor que un poder mal utilizado, la fuerza ejercida en el sitio erróneo, la energía desperdiciada en lo que no funciona, el amor mal repartido. En todos esos fallos que cometemos cada día empieza a estropearse la vida. 

Nunca he dado de mí lo que se supone que otros merecen. No acabo de creer en eso, o quizá yo no estoy hecha así. Pero he comprobado que incluso aunque puedo ser infinita, al poner mi energía en algo, inevitablemente, tengo que dejar de ponerla en otra cosa. Que si algo me absorbe demasiado, no me queda nada para el resto. Y que algo debo hacer mal si quien se lleva lo mejor de mí no me devuelve nada, y quien me encuentra vacía es quien siempre me suma. 

Y a lo mejor la vida sí va un poco de eso, de dar a cada uno lo que se merece. De repartirse bien. De entregarse sólo cuando lo valoren. De quedarte si se quedan. De irte si se van. 

Los superhéroes están para salvar el mundo. Y salvar el mundo es eso, conservar las mejores versiones, alentar a otros a sacar las suyas. Compartir lo bueno y mostrarnos lo malo para aprender a matarlo. 

Empecemos.

jueves, 19 de julio de 2018

Desaparecer


Hace poco os conté una historia sobre un caso que vi en Anatomía de Grey y que me rondaba la cabeza (si no la leíste tiene que estar por aquí abajo) y os dije que había otro que me estaba haciendo lo mismo, revolotear por ahí diciendo “suéltame”. Y bien, allá voy.

Capitulazo de Anatomía de Grey es sinónimo de catástrofe, claramente. En este caso, un accidente del ferry. Pues bien, entre las numerosas víctimas del accidente hay una mujer (joven y embarazada) que queda aplastada y a consecuencia de esto, su cara queda completamente desfigurada. Además, sufre amnesia, no recuerda nada. No sabe quién es y nadie puede reconocerla. 

Pasan varios días y “la paciente desconocida” continúa sola en el hospital sin que nadie la busque. Esto hace que la doctora que la trata y que lleva varios días a su lado se empiece a cuestionar “¿si yo desapareciera, alguien se daría cuenta?”

A mí me pasó lo mismo. Inevitablemente pensé, si un día desaparezco, si me cuelo en una alcantarilla, si me quedo encerrada en un ascensor o en mi cuarto, si me pierdo, si por alguna razón por absurda que parezca, desaparezco durante unas horas… ¿se daría cuenta alguien? ¿quién sería la primera persona en percatarse de que no estoy? 

No me gusta la gente que desaparece porque yo sí me doy cuenta. No me gustan las ausencias (voluntarias) porque son la manera más cruel de comprobar la verdad. A lo mejor es por eso, porque si desapareciera, descubriría la verdad: que no te darías cuenta. 

La verdad universal que más llantos ha causado, “no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. Hasta que se te pierde esa camiseta, hasta que se acaba esa etapa, hasta que ella se va, o hasta que tienes que irte. De idiotas pero absolutamente certero. Infalible. Si quieres saber cuánto quieres a alguien, de verdad, piérdelo. 

Eso sí, cuando lo sepas, probablemente será demasiado tarde.


Si desapareciera, ¿te darías cuenta?

jueves, 5 de julio de 2018

Dolor ininterrumpido.


De la mejor serie del mundo por todos sabido que es Anatomía de Grey he aprendido muchas cosas. Últimamente pienso mucho en un par de casos que me tocaron la fibra y se me quedaron ahí rondando. Hoy os voy a contar uno y a lo mejor otro día, otro.

[Vaya por delante que claro, todos los médicos ahí son los mejores del mundo. Así que cualquier caso que otros no han podido resolver, cualquier operación que cualquier otro no podría hacer, ELLOS Y ELLAS PUEDEN.]

Un día llegó al hospital un señor (ya algo mayor) con una especie de migraña. Un dolor muy fuerte de cabeza que llevaba soportando como unos ocho años. No podía deshacerse de él nunca, no podía centrar su atención en otra cosa, no podía vivir porque su dolor le invadía absolutamente.

En esos años que padeció el dolor, su mujer enfermó y falleció, y sabéis qué; no pudo sufrir su pérdida. Perdió a su mujer, al amor de su vida, la persona con la que había compartido la mayor parte de sus años y a la que quería con locura, Y NO PUDO SENTIR EL DOLOR DE SU PÉRDIDA porque no podía sentir nada más que el dolor de su migraña.

Después de ocho años un doctor descubrió el verdadero motivo de su dolor de cabeza, una migraña mal diagnosticada que podía curarse con una operación de lo más sencilla. Le operó y por fin, el hombre dejó de sentir dolor. Por primera vez después de ocho años dejó de sentir su dolor. Ese dolor que le había impedido sentir cualquier otra cosa.

El hombre lloraba, en una mezcla de alivio y pena, y sólo podía lamentarse de no haber sido capaz siquiera de sentir la pérdida del amor de su vida.

Cuando el hombre decía eso, cuando explicaba su agonía, lo entendí. Entendí la sensación de estar tan invadida por algo que no puedes sentir nada más. Soportar durante años un dolor de nivel 7 u 8 en una escala del 1 al 10, de manera ininterrumpida, sin tregua, sin descanso. Un dolor tan poderoso que te impide sentir siquiera otro dolor. Ni aunque otro dolor sea de nivel 10. Da igual, no importa porque no llegas a sentirlo. Ya te pueden rodear mil dolores más fuertes, más importantes y con más sentido, o toda la alegría del mundo; que no lo sientes. No puedes sentirlo porque sólo sientes una cosa, tu dolor poderoso e ininterrumpido de nivel 7. 

Y a veces echas de menos incluso eso, el dolor. Echas de menos sentir otro dolor, uno cualquiera, pero que no sea el mismo que lleva invadiéndote años. Echas de menos sentir, sentir lo que sea, cualquier cosa que por horrible que sea será mejor que lo que sientes ya. Echas de menos llorar, pero que ese llanto tenga otro motivo.

Quieres tanto que ese dolor desaparezca que lo cambiarías incluso por otro dolor. Mejor o peor, más intenso, más flojito… lo que sea, pero que sea diferente.

Al final siempre llega un día que encuentras al cirujano o cirujana que consigue dar con el diagnóstico, encuentra o es en sí misma el tratamiento, y te lo quita. Te quita ese dolor ininterrumpido de los últimos años, puede que sea con una cirugía rápida y tajante, o puede que sea poco a poco; pero te lo quita. Puede que sea una sola persona o puede que sean varias. Lo importante es que un día llega, y te liberas de ese dolor invasivo que te había estado robando la vida. Te había privado de sentir cualquier otra cosa, de respirar, de reír a carcajadas, de cantar, de bailar, de llorar… te había privado de todo. Así que erradicarlo es como volver a nacer, es volver a vivir. Es recuperar todas tus capacidades, recuperar todo tu cuerpo, el control, las posibilidades, las sensaciones. Es recuperar tu libertad.

Y yo supongo que de toda esa mierda y de todos los días, meses o años que un dolor te ha robado de vida, sólo te queda aprender. La regla número uno, que no hay nunca nadie que merezca ser tu dolor ininterrumpido e invasivo. Nadie (ni nada) debería robarte la libertad de seguir sintiendo todos los días, todas las cosas. De disfrutar lo bueno y llorar lo malo. La regla número dos, que cuando un dolor empieza a alargarse en el tiempo no hay que dejar de buscar el diagnóstico adecuado para poder tratarlo, que en algún sitio está esa persona que va a buscar sin parar hasta encontrarlo, hasta calmártelo. 

Y seguramente hay muchas más. Ahí os lo dejo ya a cada cuál.

jueves, 28 de junio de 2018

Orgullo(sa)


No hay muchas cosas de mí misma de las que me sienta especialmente orgullosa. No así de orgullo de ese que dices, joé, qué orgullosa estoy de lo que he hecho, de lo que he conseguido, de lo que tengo, de lo que sea. Tampoco hay muchas cosas (de mí misma) de las que me sienta especialmente afortunada. Lo normal, vamos. 

Pero hay una de la que, a medida que pasan los años, más orgullosa y afortunada me siento. Cada vez que me paro a pensar, cada vez que miro a mi alrededor, cada vez que veo lo que otros viven, lo que otros sienten. 

Cada día estoy más orgullosa de mi capacidad infinita de amar, de enamorarme, de cualquier persona. De no tener que definirme, ni limitarme, ni etiquetarme. De no sentir la necesidad de seguir las normas, las costumbres y las tradiciones. De sentirme libre en lo más importante, en lo esencial, en lo imprescindible; en el AMOR.

De pocas cosas en la vida puedo sentirme tan orgullosa y afortunada, como de que, cuando era pequeña, me gustaba jugar al fútbol, Y JUGABA. Me gustaban los camiones, Y LOS TENÍA. En mi comunión llevé vestido y luego me lo quité y me puse la equipación del Real Madrid, PORQUE LA QUERÍA. Pedí el balón oficial de la liga, Y ME LO REGALARON. 

Y nunca, jamás, me sentí rara, ni diferente, ni aislada. Nunca nadie me dijo que eso no era de niñas. Nunca nadie se burló de mí. Nunca nadie me rechazó. Nunca nadie me prohibió nada. Nunca nadie me impuso nada.

Luego me hice mayor y me enamoré de una mujer. Y a nadie le sorprendió. Y nunca nadie me hizo sentir mal. Nunca nadie me (nos) miró raro, ni diferente. 

Así que de eso sí, me siento orgullosa y afortunada. Me gusta (mucho) ser quien soy. Y tengo la suerte de poder serlo porque todas las personas que me rodean tienen la capacidad, el valor, la educación y el deseo de respetar la libertad de las personas. Tengo suerte porque nací aquí y no allí.

Y tengo suerte porque aunque sea inconcebible, demasiadas personas no lo viven así. Porque demasiadas otras personas no tienen la capacidad, el valor, la educación ni el deseo de respetar a los demás porque son quienes son. Porque una condición sexual NO SE ELIGE, sólo se es. Pero es que aunque se eligiera, aunque una fuera lo que quisiera ser (y no quien irremediablemente es) tendría el maldito mismo derecho a ser respetada. 

Así que yo soy una afortunada porque no he tenido que pelear en mi vida personal por mis derechos y libertades, porque nadie me los ha intentado quitar. Pero hoy se celebra el DÍA INTERNACIONAL DEL ORGULLO LGTBI, porque no todo el mundo tiene mi suerte. Porque hay muchas personas en el mundo que todavía no pueden ser quienes son. Porque les persiguen, les prohíben, les matan. Les increpan, les apalean, les discriminan… (y un sinfín de verbos que no quiero ni expresar) sólo POR ENAMORARSE de otra persona. En serio, pensadlo un poco, POR ENAMORARSE.

Yo no necesito pelear por mi libertad porque la disfruto cada día, pero pienso hacerlo porque nunca se sabe. Porque quizá mañana sí. Porque hoy otros también. 

Porque oye, contra el terrorismo no sólo luchan las víctimas. Contra el maltrato no luchan sólo las maltratadas. Contra el machismo no luchan sólo las mujeres. Y contra la homofobia NO TENEMOS QUE LUCHAR SÓLO L@S HOMOSEXUALES (bisexuales, transexuales, etc). Tenéis que luchar todos. Como luchamos todos a una contra el resto de violencia. Porque contra el odio, la discriminación, la injusticia y las BARBARIDADES de la sociedad debemos luchar TOD@S. Nos afecta a todos, nos corresponde a todos, limpiar el mundo de basura, de ignorancia, de violencia, de maltrato, de MIEDO.

Nos corresponde a todos pelear por un mundo en el que todos tengamos los mismos derechos, las mismas posibilidades, la misma libertad; sin que importe de dónde venimos, de quién nos enamoramos y quiénes somos.

Porque de verdad, hoy no crees que sean tus derechos los que están en peligro, pero mañana QUIÉN SABE.