miércoles, 27 de enero de 2021

El mundo ¿verde?

 

En mi última publicación hablé sobre un libro, “El mundo amarillo”. Justo después de leerlo, leí otro del mismo autor, “El mundo azul”.

Un día, de repente, tenía los dos libros delante de mí. O dos mundos. El azul y el amarillo. Dos colores, además, que tenían un significado muy especial para mí. En ese momento tomé consciencia de que a veces el universo te pone en las manos lo que necesitas en forma de señales, de casualidades que pueden tener forma de cualquier cosa.

De esos libros aprendí muchas cosas, pero una idea que me está rondando mucho la cabeza en los últimos días es la de “crear mundos”. Albert (el autor) habla de eso, de la capacidad de algunas personas para crear mundos.

Puede que sea como una virtud, una capacidad o hasta un superpoder. El superpoder de crear un mundo, tu mundo. Mi mundo. O el nuestro, o el vuestro. Porque ese mundo puede ser solo para ti o compartido con la o las personas que tú quieras (para eso es tu mundo, claro).

Puede que a priori nos parezca una tontería, un imposible. Pero, realmente, ¿no es más fácil de lo que parece, crear un mundo?

¿Qué se necesita?

Lo primero, creer. Porque “si crees en los sueños, ellos se crearán. Creer y crear son dos palabras que se parecen, y se parecen tanto porque en realidad están cerca, muy cerquita. Tan cerquita como que si crees, se crea. Cree…” (El mundo amarillo).

Lo segundo tal vez podría ser querer. Sentir un deseo lo suficientemente fuerte de crear tu mundo como para decidirte a hacerlo.

Lo tercero, y también imprescindible, imaginar. Abrir tu mente, alejarte de los prejuicios y fluir. Soñar en grande sin censura. Confiar en que tu mundo es tuyo y por lo tanto, puede ser tal y como tú quieras que sea.

Y por último, yo creo que hay que atreverse. Ser lo bastante valiente como para apostar por tu mundo, construirlo. Sembrar, cuidar y no dejar nunca de creer en él.

 

Quizá si creamos nuestro mundo, la vida pese menos. Si en lugar de empeñarnos en encajar en el mundo que se nos ha impuesto, de hacer las cosas como se espera que las hagamos. De aceptar las “normas” sociales, de cumplir, de asumir… ponemos todas nuestras fuerzas en crear nuestro mundo, seríamos más felices.

Si en lugar de intentar pertenecer a un mundo que ni siquiera nos gusta, inventamos uno que nos pertenezca. Si dejamos de esforzarnos en funcionar en un mundo que no nos lo permite, construimos ese en el que podemos ser.

Cada un@ el suyo y junt@s el nuestro. Porque también se puede ser creadora de varios mundos. Por ejemplo, un mundo amarillo, un mundo azul… y unidos harían un mundo ¿verde?

 

La verdad, esto es algo en lo que llevo pensando unos días. A pesar de que leí los libros hace meses. Y ahora que caigo en la cuenta, me habría gustado que se me ocurriera antes.

Quizá de haber tenido esta idea, habría podido hacerlo. Crear el mundo que necesitaba(mos).

Si en este mundo no puede ser, crearé uno donde sea.

O un libro.

viernes, 22 de enero de 2021

No querrás salir

 

“El mundo amarillo” es el libro que más me ha gustado desde hace mucho tiempo. De esos que te enseñan, te curan, te recuerdan y te llenan el corazón.

Lo leí por primera vez este verano y recuerdo la sensación de no querer acabarlo nunca. Me racionaba las páginas (literalmente) y las intentaba alargar como un chicle. Después he vuelto a releer partes, tomando notas e intentando grabarme a fuego detalles. Supongo que cuando lees un mismo libro varias veces (igual que cuando ves una peli, serie o escuchas la misma música una y otra vez), te encuentras a ti misma en distintos momentos. Te llaman la atención ciertos fragmentos según cómo te sientes, interpretas las palabras de una forma o de otra.

El otro día estaba releyendo, casi ojeando, y reparé en algo que probablemente nunca reparamos, el prólogo. Y especialmente en algo que aún reparamos menos, el título.

No he dicho que el autor de “El mundo amarillo” es Albert Espinosa, y el prólogo está escrito por el actor Eloy Azorín.

Bueno, voy al grano, el título.

“Cuidado, este libro es Albert. Si entras en él no querrás salir”

Me flipa. Me maravilla. Me parece lo más bonito que nadie nunca puede decir para describir a una persona y también, un libro.

Podría ser perfectamente mi gran propósito en la vida, mi meta, mi máxima aspiración. Ser ese lugar en el que cuando alguien entra, ya no quiere salir. Y escribir un libro (o muchos libros, por qué no) de esos que cuando empiezas a leer no quieres que terminen.

Muchas veces, las personas que mejor me conocen, dicen que escribo como siento, como soy. Eso siempre me gusta. Me gusta que en mis letras, las personas encuentren amor, compañía, empatía. Que encuentren lo que necesitan y que sirvan para expresar lo que ell@s no pueden o no saben. Me gusta que cada cual se encuentre a sí mism@. Pero sobre todo, me gusta que en mis letras me encuentren a mí.

Para (o por) eso escribo. Para ser yo. Para ser lo que me gustaría ser aunque aún no lo sea. Para conectar con otros corazones y que conecten con el mío. También para sacar lo de dentro, para que pese menos, para curar.

Cuando escribes (o creas, lo que sea) algo y alguien te dice “qué bonito”, te sientes halagada y satisfecha en esa parte más “artística”. Cuando lo que escribes eres tú, sientes que ese “qué bonito” también te lo están diciendo a ti. A tu forma de sentir, de querer, de emocionarte… de ser. Y eso ya no solo satisface, eso además te hace seguir creyendo que lo estás haciendo bien. Incluso cuando cometes errores, cuando te equivocas, cuando te sientes perdida. Sabes que dentro sigues siendo un buen lugar para quedarse.

No creo que exista el libro perfecto, siempre habrá páginas que queramos pasar rápido y otras que queramos releer mil veces. Así es la vida, los trabajos, la amistad, las relaciones. Así somos las personas. Cada palabra, frase, párrafo, página y capítulo. La introducción, el prólogo, el índice y la portada. Todo forma parte del libro, y te quieres quedar en él por su conjunto. Por aquello con lo que te identificas, por lo que te aburre un poco, por lo que te emociona, incluso por lo que detestas en algún momento.

Nunca escribiré un texto perfecto, mucho menos un libro perfecto. Nunca seré un lugar perfecto. Pero intentaré siempre que mis palabras sean pedazos de mí que en algún momento puedan hacerte sentir que estás en un sitio en el que quieres quedarte (un rato o siempre).

Quizá eso sea la verdadera perfección, tratar de ser ese sitio en el que cuando alguien entra, no quiera salir.

 

Y entender que, aún así, habrá quienes salgan.

 

jueves, 14 de enero de 2021

Futuro incierto

 

He sido una de esas que, hace unas semanas, estaba deseando que acabase el 2020. Con la esperanza de que un año nuevo significara mejorar. Porque tampoco era muy difícil, la verdad.

Ni siquiera quise pararme a pensar demasiado, a hacer balances, a recordar o sacar conclusiones. Lo que he aprendido, lo que he vivido, lo que me ha dejado el 2020, la pandemia y demás acontecimientos… bah.

Prefería mirar al futuro, imaginar y confiar. Pensarme en una situación mejor, visualizarme dónde y cómo me gustaría estar, y no volviendo la vista a donde he estado. No porque quiera olvidarlo (ni que pueda), o quizá sí.

Al final no queda más remedio que mirar atrás e intentar extraer algo, algún aprendizaje, alguna herramienta. Algo que haga que al menos, todo haya merecido la pena.

Sin duda, si algo nos ha enseñado este último año, es que no podemos dar nada por hecho. Y que, sin embargo, damos por hecho casi todo. Damos por hecho a las personas, las situaciones, el éxito, la salud… damos por hecho la vida.

Que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. La calle, los bares, los abrazos, los conciertos y el amor. A ti. A mí.

Que una misma moneda siempre dos caras. Y la misma distancia que salva vidas nos mata un poco por dentro.

Que podemos pasar meses encerrados en una casa aunque nuestro verdadero hogar esté en otro sitio.

Que la vida siempre puede sorprendernos más, así que solo queda caminar confiando en que al dar el siguiente paso encontraremos suelo firme donde pisar y que no caeremos al vacío infinito. Y que más vale mirar al futuro sin muchos planes pero siempre con ilusiones y sueños que cumplir, sea cual sea el camino que tengamos que seguir. Recalculando la ruta cuantas veces sea necesario.

Que siempre habrá obstáculos, a veces tan invisibles como un virus y otras tan fríos como Filomena. Cierres perimetrales, confinamientos, y así hasta donde ni siquiera nos imaginemos. Pero, ¿y si a pesar de todo lo conseguimos?

Si encontramos nuestro sitio, si cumplimos nuestro sueño, si nos sale bien… ¿y si sí? Porque desde luego, el no ya lo tenemos.