viernes, 17 de diciembre de 2021

Hablar del suicidio

Hace unos meses tuve el impulso de escribir sobre este tema, pero no me atreví, o no me sentí con las fuerzas suficientes para hacerlo. Desde entonces lo he tenido ahí, rondando. Y ahora, después de varios días siendo la principal noticia y escuchando hablar a tanta gente sobre lo mismo, he decidido que me apetecía.

Verónica Forqué, o mejor dicho, su muerte, ha puesto en primer plano algo de lo que (por lo que sea) cuesta mucho hablar y comprender. La (mala) salud mental y su consecuencia final; el suicidio.

Hoy he escuchado en la tele a Mercedes Milá contar que un día su psiquiatra le preguntó si había tenido pensamientos suicidas y ella contestó “no, no he tenido pensamientos suicidas, pero ahora estoy empezando a comprender el suicidio”.

Esa frase me ha llegado al corazón y era justo eso lo que a mí me rondaba la mente y de lo que yo quería escribir.

Este último año ha sido (o está siendo) el peor de mi vida en cuanto a salud mental y emocional se refiere. Y he aprendido muchas cosas, pero la que más me ha impactado y sorprendido a mí misma es esa. Ver de otra forma a las personas que sufren y que finalmente deciden acabar con su vida. Entender y empatizar profundamente con la necesidad de acabar con el sufrimiento, con el dolor (que no con la vida). Porque el principal error es ese, creer que alguien quiere acabar con su vida. Por eso nos parece tan antinatural e incomprensible, o incluso, sentimos que no merecen “respeto”. Entendemos el suicidio como un desprecio a la vida, como una falta de amor y consideración a las personas que nos rodean. Pero yo estoy segura de que todas o casi todas las personas que se suicidan no lo hacen porque no quieren seguir viviendo, sino porque no quieren, o mejor dicho, no pueden seguir sufriendo.

Nadie desea morir, pero a veces la vida se hace insoportable y eso deja a las personas sin más recursos ni posibilidades que esa, ponerle fin. Sea como sea.

En estos días de debates y charlas respecto al tema y a Verónica he escuchado muchas cosas con las que me he sentido muy identificada y otras que me duelen como si fuera algo personal. Me resulta absolutamente injusto cuestionar la decisión de una persona o a la persona misma. Por qué lo hizo, por qué nada (ni el amor por su hija) la frenó. Tildar de cierto egoísmo algo que alguien ha hecho porque no podía más. Como si realmente hubiera tenido elección. Pero eso no es una elección, es una medida desesperada, la última salida.

En lugar de poner el foco en las víctimas, en cuestionar por qué tantísimas personas mueren cada día por suicidio, sus motivaciones o sus razones, su valentía o cobardía… deberíamos cuestionar qué estamos haciendo para haber llegado hasta aquí, hasta estas cifras. Qué sociedad estamos construyendo. Cómo contribuimos personalmente a la salud mental de las personas que nos rodean. Y por supuesto, qué sistema nos ampara.

Eso es lo que verdaderamente deberíamos poner en cuestión. Porqué no tenemos una salud mental pública eficiente y asequible.

Y sobre todo, porqué a pesar de todo nos sigue costando tanto ponernos en el lugar de los demás. Ser amables, ser comprensivos y compasivos. Estar ahí cuando nos necesitan.

Supongo que hay cosas que solo se comprenden cuando se sienten. Eso es ser un Alma de Superhéroe, la esencia de aquello que un día escribí y que nunca se acaba. Que después de cada dolor, de cada caída, de cada corazón roto… debe resurgir un alma mejor, más empática, más amable y que aporte algo de luz a quienes lo necesiten.

 

martes, 4 de mayo de 2021

Personas "temazo"

 

Ayer me pasó algo que suele pasarme a menudo (y seguro que a ti también). Aparqué el coche y me iba a bajar justo cuando sonaba un temazo, así que no pude bajarme sin más, tuve que esperar unos segundos a que pasara al menos ese trozo de la canción porque era incapaz de interrumpirla.

Muchas veces han preguntado si no me aburro de escuchar siempre Manuel Carrasco, y la verdad es que no. En esto, como en todo en la vida, si algo soy, es leal, fiel a lo que me mueve y me apasiona. Así que pasarán treinta años y seguiré escuchando las mismas canciones siempre (aunque nunca deje de escuchar nuevas).

En ese momento pensé que en la música hay canciones y hay TEMAZOS. De esos que pasen los años que pasen siguen sonando y nos atrapan. Y seguro que mientras lees esto, se te está viniendo alguno a la cabeza.

Temazos de siempre, de esos que, pasen los años que pasen, suenan y paran el mundo. Y no puedes evitar cantar a pleno pulmón, al unísono si estás con amig@s, bailar, subirte a una silla o sucedáneos… y dejarte llevar, perderte en la canción y por unos minutos, estar en otra dimensión.

No sé qué es lo que tiene que tener una canción para convertirse en temazo, para adquirir ese poder sobre la sociedad, para encandilarnos a todos y hacerse la reina del mundo cada vez que suena. Pero no creo que sea una nota en concreto, un compás, ni siquiera una letra muy elaborada… creo que se trata más bien de lo que nos hace sentir. Por alguna razón que nadie sabe, te atrapa. Y cada vez que suena te transporta, a un lugar, a un momento, a un sentimiento, a la felicidad, a la melancolía, a la alegría. Te llenan el alma y no te cansas de oírlas. Las pones en repetición mil veces y te sigue encantando como el primer día (o más). Siguen sonando al pasar los años, se convierte en infinita, atemporal, sin generación, sin época.

Así que yo creo que cuando alguien compone una canción, hay dos opciones; que solo sea una canción o que sea un temazo. Que suene un mes o que suene toda la vida. Que pase desapercibida o que deje huella.

Y así, de repente, me imaginé a las personas. Personas sin más o personas “temazo”.

Corrientes o extraordinarias.

De las que pasan o de las que se quedan.

Hay personas que pasados treinta años te siguen emocionando al hablar, a las que nunca te cansas de escuchar. A las que nunca puedes interrumpir y bajarte del coche. Con las que siempre quieres un minuto más.

Que te atrapan, que te llenan, que te curan, que te salvan, que te elevan, que te transportan. Que te llevan a otro mundo.

Hay personas que suenan un verano.

Y personas que suenan toda la vida.

martes, 20 de abril de 2021

Dormir y soñar

 

Que la persona con la que duermes sea también con la que sueñas. Eso es tener suerte.

Hace un tiempo escribí esa frase y aún recuerdo exactamente aquella sensación. Me suena de fondo Vanesa Martín y me transporta.

Hace muchos años cometí uno de los mayores errores que creo que he cometido nunca; no ser consciente y valorar lo que más quería. No sentirlo como algo extraordinario cuando realmente lo era.

Desde aquello, me prometí a mí misma que nunca volvería a pasarme. Que me esforzaría mucho, si alguna vez volvía a sentir algo parecido, para no olvidar en ningún momento lo afortunada que era. Que valoraría a la persona que tenía al lado como cuando cumples un sueño y sabes que lo estás cumpliendo.

Y ahora recuerdo perfectamente la primera vez que, después de tanto tiempo, sentí que estaba cumpliendo un sueño. Porque a veces, cumplir un sueño se traduce en algo tan simple (pero tan maravilloso) como tener al lado a quien más deseas.

Y, tal y como me prometí un día, valoré cada segundo de aquel sueño. Lo disfruté, lo absorbí, lo viví como hacía mucho no vivía nada. Consciente, ilusionada y afortunada.

Una nunca sabe cuánto va a durar un sueño, pero de aquél, me desperté con la tranquilidad de haber respirado cada instante. De haberme perdido en aquellos ojos, de haberme impregnado de aquel olor, de haberme reído desde las entrañas. De los nervios de los domingos, o de los martes. De los partidos buscando siempre el empate. De aquellos ratitos de magia.

Y de aquel “sueño” desperté habiendo aprendido algunas cosas. Como venía diciendo, lo primero que aprendí, fue a valorar cada instante en el que he dormido con la misma persona con la que sueño. Sabiendo que eso es un placer y una suerte. Quizá no un derecho, pero sí un deber, apreciar y reconocer esa fortuna. Y cuando digo dormir, digo también despertar, comer, pasear… en definitiva, vivir.

La segunda, que no me interesa dormir con alguien con quien en realidad no sueño. Que no quiero conformarme, vivir y compartirme con alguien que no me hace soñar. Que, a veces, es mejor soñar en solitario que renunciar a un sueño. Esperar al león y no irte con la cebra solo porque pasaba por ahí. Porque tienes prisa, porque tienes hambre, porque tienes miedo.

Esperar lo extraordinario y no quedarme con lo corriente. Porque, el día que te das cuenta de que puedes sentir algo extraordinario ya nunca puedes aceptar menos.

Lo tercero y último (por hacer la lista finita, en palabras de Risto) es que tampoco quiero ocupar una cama a cuyos sueños no pertenezco. Donde no me sientan como algo extraordinario. Donde yo no pueda ser extraordinaria.

Porque lo peor que podemos hacer con el amor es compartirlo de forma mediocre. Y no hablo de personas mejores o peores, sino de la magia, de lo que se crea. De lo que inspiramos y nos inspiran. De las ilusiones, de los valores, de las ideas, de los planes… de imaginar la vida con la persona que tienes al lado, porque si no, ¿qué sentido tendría?

Un lugar en la cama lo puede llenar cualquiera, un lugar en los sueños es otra historia.