domingo, 13 de agosto de 2017

De dioses, estrellas y fe.



El destino, las casualidades, el karma, algún Dios… da igual en qué, pero todos buscamos algo en lo que creer. Yo no sé en qué, pero lo cierto es que cuando algo me aprieta necesito creer.

A veces pienso que hay cosas que debían estar escritas en algún sitio, que hay cosas que tienen que ser por algo. Caminos que se cruzan, personas que aparecen y cuando miras bien, ves que ya habían pasado por ahí antes, aunque no te diste ni cuenta. Cosas que no tienen explicación pero que sin querer, necesitas dársela.

Yo ya no sé lo que existe y lo que no, por eso sé que la verdadera fe la tengo dentro de mí. Que anoche esperé hasta las tres de la madrugada para salir a mirar al cielo y esperar ver (al menos) una estrella fugaz antes de dormir.  Y vi dos. Pedí dos veces el mismo deseo y me fui a la cama más tranquila. Como si de verdad creyera que esas dos estrellas fuesen a regalarme lo que les pedí. Y seguramente no, como otras muchas veces. Pero eso también es fe. Eso también está dentro de mí. Seguir creyendo siempre en algo a pesar de tantas demostraciones de que nada existe.

Pero creo. Y lo cierto es que no es en las estrellas en lo que creo, ni en el destino, ni en ningún Dios. En lo que creo es en esas cosas, en esas personas, en todo eso que tengo dentro y que me lleva a seguir creyendo. No creo en esas estrellas de anoche, creo en lo que deseé. No creo (ni necesito) en un Dios que me perdone, que me salve, que me proteja. Pero creo (o sé) que hay sitios, momentos y personas que pueden curar, salvar, empujar, detener, levantar y seguir creyendo. 

Un cuerpo en el que de verdad encuentras tu templo, tu calma, tu esencia. 

No sé qué es exactamente rezar, pero sé lo que es desear algo con toda mi alma justo antes de cerrar los ojos, o justo al abrirlos. Y al soplar una vela, o al encenderla. O al quemar un papel. O al escribir la carta a los Reyes. Así que creo que eso es lo que de verdad existe. Lo que me gustaría, lo que me mueve, lo que me despierta. 

Y tengo suerte, incluso cuando tampoco creo que en la suerte. Porque no necesito encomendarme a un solo ser del que debo cuestionarme su existencia, sino a mí misma y a todo eso en lo que tengo mi alma repartida. Tengo dentro tantos dioses (y diosas) que nunca puedo perder la fe del todo. A veces es un abrazo, a veces es un mensaje, a veces es el momento en que se apagan las luces y empieza a sonar “Tambores de guerra”… pero siempre hay algo. De verdad que las estrellas fugaces no están en el cielo, están aquí abajo y tienen nombre. 

Los seres extraordinarios que te van a salvar de verdad cualquier día son de carne y hueso.

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