lunes, 10 de octubre de 2016

Octubre



Me he hecho a tomar café y no sé si es porque tuve que subir el ritmo, o si el ritmo ha subido porque me he hecho a tomar café. Cuando te despiertas y no es donde siempre, abres más los ojos. Que a lo mejor antes no te estabas despertando y sólo estabas abriendo los ojos.

En uno de estos despertares entendí que a lo mejor nunca se deja de querer, o eso aún no lo sé, pero sí se deja de otras muchas cosas. Sí se deja de adorar, de respetar, de admirar y de sonreír. Y ya no sé si se sigue queriendo por inercia, por química o por (auto)imposición; pero seguramente no tenga sentido. 

En otros he ido aprendiendo que casi nunca, nada, está repartido como las personas merecen. Y aunque debiera ser el principio más básico, no lo es. 

La vida está llena de cualquieras que quieren a ratos, que se entregan a medias, que duelen y que abandonan. Y probablemente acabarán más llegando más alto que los que lo dan todo, los que se quedan siempre y nunca te dejan. 

Octubre, el ritmo, el café, la ciudad, las prisas y la realidad me han recordado que para el amor uno tiene que ser valiente. No solo para ser un buen amante, atrevido, incondicional, leal y apasionado; sino para ser (y qué importante es ser) un buen amado, digno de tanto como el amante es capaz de entregarle.

Y es tan difícil que al final siempre hay un día que duele. Le duele al valiente porque se arriesga, porque se expone, porque se da, en todo su ser. 

Pero llegará noviembre, y me aventuro a firmar que volveremos a hacerlo.

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