miércoles, 4 de noviembre de 2015

Reconstruir y recomponer.



Reconstruir: reparar o volver a construir una cosa destruida, deteriorada o dañada.
Recomponer: componer de nuevo algo, arreglarlo.

Confundimos, a veces, los términos. Creemos que, cuando un corazón está roto, que cuando una persona está destruida, puede venir alguien a reconstruirnos. Y no es cierto.

Una persona rota se reconstruye sólo a sí misma. Nadie te cura el corazón. Sólo tú misma. Te reconstruyes, a tu ritmo, a tu paso. Vas cogiendo los trocitos y curándolos uno a uno. Los cientos de pedazos en los que se te ha quedado el alma. 

Puedes ayudarte de cosas, de personas; pero sólo eso, ayudarte. El trabajo tienes que hacerlo tú. Vas aprendiendo, conociendo y entendiendo cosas. Sigues caminando mientras las heridas cicatrizan. Y te acompañas de personas, de pasiones, de ilusiones, de música y de cervezas. Pero sólo te acompañas. 

Se equivocan quienes creen que un día llegará alguien a curarles el corazón. Eso no ocurre jamás. Nadie puede curar tu herida y es que, además, nadie debe hacerlo. Eres tú quien tiene el derecho a hacerlo, quien debe llenarse de todo lo que supone reconstruir un alma. Eres tú quien debe extraer todo lo positivo del proceso, que para eso es tu corazón y tu herida. Eres tú quien debe disfrutar cada paso, quien debe saborear la sensación de avanzar. 

Y es sólo entonces, sólo cuando hayas hecho tu proceso de reconstrucción propia, cuando alguien podrá recomponerte.

Cuando todas los pedazos en los que quedó dividida tu alma estén sanos, aunque desordenados, podrá llegar alguien para volver a componerte. A ponerte los pedazos en su sitio, a enlazarlos, a ordenarlos. Pero sólo puede hacerlo si los encuentra así, curados, sin sangrar. 

Porque no es lo mismo reconstruirse que recomponerse. Esperar que alguien te cure el corazón es un error y te hará (os hará) fracasar. Reconstruirse y dejar que alguien te recomponga, ese sí es el éxito.

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