Pues hoy
que es 21 de enero creo que ha quedado un buen día para decirte que gracias. Por
enseñarme que nunca nada, nadie, merece tanto mi pena. Pero que al final
siempre merece la pena haberlo intentado. Que mi ilusión siempre gana a todas
las decepciones, por eso sigo creyendo. Y menos mal. Que a quien no quiere
quedarse no hay que pedírselo. Que por cada persona que quiere irse hay, al
menos, dos que quieren llegar, estar y permanecer. Que sigue existiendo el
poder curativo de un reencuentro, de un café que se alarga a merienda, de un
mensaje escrito al azar que te hacer reír como una imbécil. Que en mi equipo
quiero siempre a los que suman. Que retener, empeñarse y estancarse nunca
sirve. Que hay que dejar que vuele aunque sea muy lejos de ti (de mí). Que merezco
que alguien me quiera tanto como yo a ti. Que es mejor ir haciendo hueco siendo
siempre lo que soy, que querer ser otra cosa para ocupar un lugar al que en
realidad no pertenezco. Que no tengo por qué conformarme. Que todo pasa. Que todo
llega. Que todo se va. Y todo sigue aunque sea sin ti, sin nada. Porque siempre
queda algo. Siempre quedo yo.
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