Llevo casi treinta años viviendo en Moratalla y, hace
demasiado poco tiempo, he empezado a reconocer de verdad lo que significa eso. Hace
demasiado poco tiempo que camino por estas calles mirando alrededor y viendo,
realmente, la inmensidad de todo lo que me rodea.
Llevo casi treinta años viviendo en el paraíso y la mayor
parte de ese tiempo no he sido consciente de ello. Porque cuando tienes el
paraíso en casa, muchas veces, no te das cuenta.
De repente, empiezas a ver las calles llenas de gente que
viene de fuera, que viene de lejos; para disfrutar de algo que tú tienes la
suerte de disfrutar cada día de tu vida. Gente que viene buscando un paraíso,
buscando una cura, buscando todo eso de lo que tú llevas rodeado toda la vida.
Supongo que es porque, a veces, las cosas solo se ven
bien desde lejos. Hay bellezas que no se aprecian si te acercas demasiado. Perspectivas
quizá.
Debo reconocer que desde que fui consciente de esto,
camino distinto, disfruto distinto, miro distinto. Me siento más afortunada de
ser de donde soy e intento recordarlo cada momento que estoy aquí y cada
momento que estoy lejos.
Después de darme cuenta de eso, lo siguiente que me vino
a la cabeza es que con las personas ocurre exactamente lo mismo. Nunca vemos
bien a quienes más cerca tenemos. Nunca valoramos suficiente a quienes más
cerca tenemos. Nunca nos sentimos suficientemente afortunados de rodearnos de
quienes nos rodeamos.
A veces se nos olvida, se nos pasa. Y hace falta que
venga alguien de fuera, alguien de lejos, buscando su paraíso para que te des
cuenta de que tú lo tenías sin moverte de casa. Porque hay personas que son
paraíso, que son inmensidad, que son casa, que son cura, que son salvación. Y muchas
las tienes al lado cada día y no las miras. No aprecias cierta belleza porque a
veces, desde cerca, se distorsionan las imágenes.
Y como yo no quiero que eso me siga pasando, intento con
todas mis fuerzas mirar bien, fijar la vista, tener al máximo siempre todos mis
sentidos. Para no perderme la belleza de lo que tengo cerca, ni lugares, ni
personas. Y he empezado a vivir intensamente la sensación de tener al lado a
alguien y decirme en lo más profundo “qué suerte tengo”.
Cuántas querrían besar esa boca y sin embargo, la estaba
besando yo. Cuántas querrían ese abrazo fuerte que me estaba dando a mí. Cuántas
querrían tener cerca lo que tengo yo. ¿Cómo podría no ser consciente de eso? ¿Cómo
podría no disfrutar el doble de cada una, sabiendo que otras vendrían de lejos
para estar en mi lugar, para encontrar su paraíso?
Incluso yo, quizá, he sido paraíso, hogar o cura para
otras que desde cerca no pudieron, no quisieron o no supieron verlo.
Y eso es lo último que he aprendido. Que nadie deja de
ser inmensidad aunque los que están cerca no sepan apreciarla. Moratalla siempre
fue paraíso, incluso cuando no la respiramos con la suficiente fuerza. Y tú,
has sido siempre maravillosa incluso cuando no te valoraban suficiente.
Incluso yo, quizá, he sido la suerte de alguien que en
ese momento no se dio cuenta. Y no pasa nada, a veces, algunas personas solo se
despistan.
Se despistan, se equivocan, no pueden o no están listas
para ver la inmensidad, la belleza, la suerte. Puede que no estén listas para
verlo ni en sí mismas. Y esa es otra cosa que acabo de aprender…
Las personas que no saben que son inmensas no están
listas para que tú aprecies su inmensidad.
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