Cuando una decide escribir un libro (al menos cuando lo
decidí yo) puede escoger varios caminos. Cuando empecé a escribir y a dar forma
a lo que quería crear, enseguida me di cuenta de que yo sólo podía escoger uno.
Y era el de darlo todo.
Probablemente lo más complicado de escribir un libro y
publicarlo, para mí, fue asumir la idea de que si lo hacía, debía ir con todo;
y con todo lo que ello implica. Abrirme en canal, intentar expresar con el
máximo detalle posible cada sentimiento y cada razón que me había llevado hasta
ahí. Hasta Alma de Superhéroe.
Escribir un libro desde las entrañas es empezar un ciclo
muy difícil de continuar, muy difícil de mantener a la altura y muy difícil de
(algún día) cerrar.
Por eso, dos años después y tras pensármelo mucho, decidí
que algo tan especial como Alma de Superhéroe merece hacer una parada igual de
especial (o más).
Hablar sobre el origen de Alma de Superhéroe es hablar de
una persona. Una persona que me cambió la vida para siempre, que de algún modo,
me la dio… y de algún otro modo también me la “quitó”.
Escribir sobre ciertas cosas, meterlas en un libro y
echarlas a volar es una gran responsabilidad. Hablar de amor, de amor infinito,
de amor de mi vida; hablar de siempre, hablar de para siempre; hablar de un
montón de cosas que, si yo no creyera de verdad, no tendría sentido hablar.
No tendría valor ninguna de esas páginas si hoy no
pudiera seguir creyendo que soy un alma de superhéroe. Que, aunque seguramente
hoy ya no las escribiría igual, sigo siendo leal y fiel a cada palabra porque
de verdad salieron de lo más profundo de mí.
Escribí ese libro para, de alguna forma, salvarme. Para
vaciarme. Para recomponerme. Para liberarme. Para hacer algo eterno. Para que
algo se fuera. Para que algo llegase. Y creo que todo eso es ser un superhéroe.
Hacer lo que una necesita para salvarse y para salvar a otros. Sea lo que sea.
Hace dos años, un día como hoy, no sabía qué me iba a
deparar el futuro. No sabía si había hecho lo correcto, si merecía la pena
haber hecho a alguien inmortal en esas páginas y haberlo hecho con tanto amor.
No sabía si algún día ella lo leería. No sabía si volvería a verla. No sabía
nada y aún así, nunca dudé ni un segundo de que nunca iba a arrepentirme de ninguna
de mis palabras porque siempre supe que más allá de las circunstancias, de la
vida, de la distancia, de ella y de cualquier otra cosa o persona; estoy yo. Y
yo hace ya casi diez años que tengo claro que empecé a quererla en algún
momento que no puedo ni identificar, y que nunca iba a dejar de hacerlo.
Y eso es lo único cierto, lo único que sé, lo único que
no cambia y lo único que depende de mí. Que voy a quererla siempre, que esas
letras siempre van a ser verdad, en cualquier momento en el que sean leídas,
seguirán siendo verdad. Seguirán siendo verdad y seguirán siendo para siempre.
Y no sé cuánto de lejos o cerca estaremos mañana, en un mes o dentro de otros
diez años, pero seguiré latiendo (al menos en una parte) a ese compás.
No ha sido fácil y probablemente no vaya a serlo nunca,
encontrar siempre un punto en el que volver a encontrarnos. Encontrar siempre
un sitio al que volver. Porque a veces nos hemos ido tan lejos que una ya no
recuerda el camino. A veces hemos sentido incluso la palabra nunca. Hemos
sentido que no, que no se podía, que nunca podríamos. Hemos sentido un montón
de cosas y no todas han sido de las que dan aire; hemos sentido también las que
ahogan, las que aprietan, las que escuecen.
Pero al final “las luces te guiarán a casa”. Al final
siempre pesa más lo bueno, siempre tira del corazón una fuerza poderosa que nos
arrastra hasta volver a fundirnos en un abrazo que, a pesar de todo, siempre es
como el primer día.
Y no, no es necesario que una relación dure toda la vida
para que entre dos personas exista un amor verdadero y eterno. Lo que hace que
sea amor y que sea verdadero es esto. Es seguir teniendo estas palabras para
alguien que es todo lo que yo nunca sería. Para alguien capaz de hacerme dudar
mil veces si debería estar escribiendo esto, antes de escribirlo. Para alguien
que (creo) aún no es un alma de superhéroe pero que sigo teniendo fe en que
llegará a serlo.
Alguien que me ha hecho dudar mucho, llorar, crecer,
aprender y VIVIR.
Alguien que sigue siendo también todo eso por lo que la
quiero, que hace la vida fácil, que entiende que la vida es solo disfrutar, que
nada es tan importante. Que me hace reír siempre.
Alguien que intenta también entender mi manera de ser, de
hacer y de sentir; y adaptarse, a pesar de tener maneras tan absolutamente
distintas. Alguien que a pesar de todo también sigue siendo mi hogar. Que cuando
busca el suyo, me encuentra a mí. Alguien que no dudó ni un segundo cuando le
conté que tenía esta idea.
Alguien que sigue siendo todos los recuerdos, sigue
siendo Juanes, Manuel Carrasco, “ese pedacito que me sabe a poco”. Sigue siendo
“Dig”. Y nunca quitará el seguro antes de que yo abra la puerta; y yo nunca
esperaré que quite el seguro para abrirla.
Y para algunas cosas puede que nos llegásemos demasiado
pronto, y que ya siempre vaya a ser demasiado tarde. Pero para el alma, nunca
habrá tiempo. En lo importante, en lo valioso, somos atemporales. Ni pasado, ni
presente, ni futuro. Porque como dice Juanes, “para tu amor no hay despedidas, para tu amor yo solo tengo eternidad”
Escribir un libro desde las entrañas es empezar un ciclo
muy difícil de continuar, muy difícil de mantener a la altura y muy difícil de
(algún día) cerrar.
Tardó un año en aterrizar en sus manos, y otro año más para
ir recolocándonos pieza a pieza. Pero ahora sí, el ciclo está cerrado.
Gracias.
Y felices dos años, Alma de Superhéroe.
“Montañas de sal, mi
luz mi puerto, mi lugar…”
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