Al final de cualquier cosa una debería llegar
fundida, sin fuerzas, sudando, despeinada, sucia, agotada. Porque solo así una
sabe que de verdad ese es el final, que no hay más. No hay más que dar, más que
recibir, más que hacer, más que conocer, más que saber, más que disfrutar.
Nada en la vida debería dejarse a medias, intacto,
limpio, ordenado. Nada debería quedarse sin descubrir, sin intentar. Nada en la
vida y mucho menos tú.
Si te quedan ganas, si te quedan dudas, si te cabe
dentro (por pequeña que sea) la posibilidad; hazlo. Inténtalo, prueba, sigue
hasta el final y si tiene que acabar, que acabe cuando ya no. Cuando ya no
queden risas, besos, cosquillas o el más mínimo deseo de cualquier cosa. Entonces
sí, entonces sabrás que no hay más. Y entonces la vida sigue, todo se
reconstruye y el camino continúa.
Las puertas que se cierran sin haberlo dado todo se
convierten en fantasmas y te acompañan para siempre. Y ya tenemos demasiados
monstruos inevitables con los que pelear cada día. Me niego a darle alas a estos
si puedo acabar con ellos, si puedo resolver las dudas, si puedo intentarlo con
toda mi alma. Así que tengo pensado hacerlo, quedarme e intentarlo. Hasta que
no me quede nada más que dar(te), si es que un día eso pasa…
O hasta que quieras que me vaya. Porque sólo
entonces tendrá sentido cerrar la puerta con la ropa limpia y todo ordenado.
Pero ojalá no quieras nunca. Ojalá quieras
desordenar, sudar, reír, descubrir y soñar más. Ojalá te queden ganas
suficientes para creer que a veces hay que arriesgarse porque de verdad, vale
la pena. Y es fácil, mucho más de lo que parece, mucho más de lo que a veces
nos empeñamos en hacer. Tan fácil como escribir un mensaje ahora mismo, en el
que digas que quieres jugártela. ¿Por qué no?
(Escribiendo…)
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