Quererse mucho
no siempre es sólo quererse mucho. A veces son otras cosas. Y para saber cuánto
se quiere, no sólo hay que decir cuánto se quiere.
Quererse mucho,
es verdaderamente quererse mucho cuando no importa cuánto, porque la cantidad
no es lo imprescindible, ni lo que lo explica. No es mucho o poco, porque es
más, porque está por encima.
Querer a
veces también es encontrarse, a través de los años, de los kilómetros y de los
caminos. Es saber volver sin retroceder. Reaparecer sin destruir.
Querer es
perdonar (o al menos estar dispuesta a intentarlo). Es dar la oportunidad, es
mantener una fe inquebrantable en la parte buena de las personas.
Querer es
asumir, afrontar y pelear lo malo. Es abrir brechas para cerrar heridas.
Querer es
poder y querer ser quien eres, y dejar ser. Todo el tiempo, sin excepciones,
sin condiciones.
Querer es
sentir que un abrazo es la solución final. Es ser la paz de alguien; el lugar
donde respirar.
Es un “menos
mal”.
Es cuidar y
dejar que te cuiden. Es saber que estás y que estarán. Es reciprocidad, estar
al mismo nivel, entregar y recibir. Y entender. Entender cómo y cuánto. Entender
qué y por qué.
Y quererse,
a veces, es querer que pase. Es querer intentarlo. Es ser en lo bueno y en lo
malo.
Y decirlo. Querer
de verdad también es decirlo. No lo olvidéis.
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