El mundo se divide en dos tipos de personas; las que
crean y las que inspiran.
A cada lado de un libro, de una poesía, de una
canción; está quien la escribe y para quien la escribe. Porque siempre,
siempre, es para alguien, o porque alguien. Y casi siempre (yo diría siempre
pero voy a ser prudente) ha tenido que haber, también, dolor.
Hasta las alegres, esperanzadoras y motivadoras, han
nacido del dolor, siempre. Cada letra que habla de que sí que puedes, de
recomponer, de reconstruir, de volver, de empezar, de soltar… está hablando, en
realidad, de la destrucción que hubo antes, de cuando lo perdiste todo, de
cuando creías que no podías, de cuando te agarrabas…
El arte es una línea que nos divide en dos, unos
nacemos para estar a un lado y otros, al otro. O eres quien sufre o eres quien
hace sufrir. O eres quien escribe o eres para quien escriben. Y la canción, el
libro, la poesía; es lo que hay en medio. Es la distancia a la que nos
encontramos, una distancia tan corta y a la vez tan jodidamente inmensa.
La distancia entre la sensibilidad y la
insensibilidad, entre la empatía y la apatía, entre quien duele y a quien le
duele. Es una distancia tan aparentemente corta (unas cuántas páginas, unos
versos, tres minutos de canción) que a veces creemos que no existe, que se
puede obviar. Pero en realidad es una distancia tan inmensa, infinita, que
jamás puede dejar de estar ahí.
Siempre seremos de una de las partes, hemos nacido
ahí y moriremos ahí. El artista siempre será artista (la sensible, la que
llora, la que sufre, la que escribe, LA QUE DA) y la musa siempre será la musa
(la que hiere, la que inspira, LA QUE RECIBE).
Y supongo que los dos lados tienen sus cosas
positivas y negativas, sus dificultades. Y para estar en cualquiera de ellos,
una tiene que “valer”. Asumir y cargar con sus consecuencias. No sé si existirá
esa especie que tenga el don de pertenecer a ambos lados al mismo tiempo.
Yo, hasta ahora, solo he conocido una de las partes.
Estoy a este lado de cada una de mis letras y sé quién ha habido al otro lado
de ellas. Y a veces pienso que me ha tocado el lado malo, el oscuro, el que más
jode. La que siempre pierde, la que más da (y menos recibe). Y creo que ser la
que inspira debe ser la hostia.
Luego lo pienso mejor y creo que bueno, quizá dar
más que recibir no siempre es perder. Que puede que incluso, al final, me hayan
dejado más de lo que me quitaron. Que todo lo que alguna vez se han llevado de
mí me lo ha devuelto la inspiración, las letras, un libro. Y eso me ha
permitido crear, construir y compartir. Y las cosas que eso me ha dado por el
camino valen más que quienes me hicieron escribir.
Cada una debe ser consciente del lugar al que
pertenece, de sus posibilidades y de sus condiciones. Y yo, al otro lado, no
podría vivir. No lo haría bien, no serviría. No sería capaz de soportarlo. No me
gustaría nunca leer un libro y saber que lo inspiré porque entendería demasiado
bien cuánto tuve que doler. Y si ese es el precio que hay que pagar, a mí no me
compensa.
Por eso admiro a las que inspiráis, a quienes
soportáis esa responsabilidad y vivís con ella. Supongo que a veces, antes de
dormir, también os duele.
El mundo se divide en las personas que crean y las
que inspiran y ambas son igual de necesarias y valientes. Y si no fuera así, no
existiría el arte, y todos perderíamos.
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