A veces, cuando la gente tiene cosas relativamente
valiosas, las reserva. Las cosas nuevas, las cosas que valoramos especialmente.
Las caras, las especiales… las cuidamos siempre más.
Si de todas nuestras pertenencias pudiéramos tener
dos piezas, tendríamos una para las ocasiones especiales y otra para las “normales”.
Para que no se estropee, para que dure más, para mantener el máximo tiempo
posible su cualidad de “nuevo”, intacto, limpio, bonito, cuidado.
[El coche nuevo para los viajes largos e
importantes, el coche viejo para las calles estrechas, las cuestas y el barro.]
Yo no tengo casi nada demasiado caro y valioso (y
mucho menos lo tengo doble para poder reservarlo) salvo a mí misma.
Puedo (intentar) ser muchas versiones de mí misma,
pero sólo una es la verdadera, la cara, la valiosa, la única. Y si quiero llegar
a ser muy vieja conservando algo de lo mejor de mí, quizá debería empezar a
conservarlo mejor.
Y como soy un genio, se me ha ocurrido una idea
genial: reservar mi mejor versión únicamente para la gente que de verdad se lo
merece. Y para el resto voy a tener una versión diferente, y va a ser una “versión
espejo”. Y eso consiste en que voy a ser exactamente como tú seas conmigo. Que voy
a dar nada más y nada menos que lo que reciba. Me parece lo más justo.
Acabo de descubrir que tengo un súperpoder que no
sabía, el que está por encima de todos. El superpoder de la libertad para
elegir a quién dejo disfrutar del resto de mis superpoderes y a quién no.
El poder de conservarme, de cuidarme, de protegerme.
De no malgastarme, de no entregarme a quien no debo, de no fundirme, de no
reventarme.
Así que desde ahora así va a funcionar esto. Nada de
sacar mi mejor versión, la última y actualizada, frente a alguien que a mí me
regala su más antigua, rancia y descuidada. Nada de dar duros por pesetas. Nada
de siempre por a veces.
Si pudiera elegir una ley universal que reinara en
todo el mundo, impondría la ley del “no le hagas a nadie lo que no te gustaría
que te hicieran a ti”. Y lo más parecido que se me ocurre que tengo en mi mano,
es esto. Si todos fuéramos espejos, quizá muchos aprenderían algo de sí mismos
(y falta les hace).
Si supiéramos que vamos a recibir lo que damos,
seguramente nos molestaríamos en dar algo bueno. Aunque fuera por puro egoísmo,
da igual. Generosidad por generosidad, amor por amor, ausencia por ausencia. Y así.
Y a partir de hoy, que sepas que vas a encontrarme
como eres. Y si te duelo, y si te aburro, y si te canso, si te fallo… sabrás
que eso es lo que yo encuentro en ti. Y si te hago reír, te lleno, te abrazo y
te hago sentir bien, también eres tú.
No hay nada peor que un poder mal utilizado, la
fuerza ejercida en el sitio erróneo, la energía desperdiciada en lo que no
funciona, el amor mal repartido. En todos esos fallos que cometemos cada día
empieza a estropearse la vida.
Nunca he dado de mí lo que se supone que otros
merecen. No acabo de creer en eso, o quizá yo no estoy hecha así. Pero he
comprobado que incluso aunque puedo ser infinita, al poner mi energía en algo,
inevitablemente, tengo que dejar de ponerla en otra cosa. Que si algo me
absorbe demasiado, no me queda nada para el resto. Y que algo debo hacer mal si
quien se lleva lo mejor de mí no me devuelve nada, y quien me encuentra vacía es
quien siempre me suma.
Y a lo mejor la vida sí va un poco de eso, de dar a
cada uno lo que se merece. De repartirse bien. De entregarse sólo cuando lo
valoren. De quedarte si se quedan. De irte si se van.
Los superhéroes están para salvar el mundo. Y salvar
el mundo es eso, conservar las mejores versiones, alentar a otros a sacar las
suyas. Compartir lo bueno y mostrarnos lo malo para aprender a matarlo.
Empecemos.
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