Hace poco
os conté una historia sobre un caso que vi en Anatomía de Grey y que me rondaba
la cabeza (si no la leíste tiene que estar por aquí abajo) y os dije que había
otro que me estaba haciendo lo mismo, revolotear por ahí diciendo “suéltame”. Y
bien, allá voy.
Capitulazo de
Anatomía de Grey es sinónimo de catástrofe, claramente. En este caso, un
accidente del ferry. Pues bien, entre las numerosas víctimas del accidente hay
una mujer (joven y embarazada) que queda aplastada y a consecuencia de esto, su
cara queda completamente desfigurada. Además, sufre amnesia, no recuerda nada. No
sabe quién es y nadie puede reconocerla.
Pasan varios
días y “la paciente desconocida” continúa sola en el hospital sin que nadie la
busque. Esto hace que la doctora que la trata y que lleva varios días a su lado
se empiece a cuestionar “¿si yo desapareciera, alguien se daría cuenta?”
A mí me
pasó lo mismo. Inevitablemente pensé, si un día desaparezco, si me cuelo en una
alcantarilla, si me quedo encerrada en un ascensor o en mi cuarto, si me
pierdo, si por alguna razón por absurda que parezca, desaparezco durante unas
horas… ¿se daría cuenta alguien? ¿quién sería la primera persona en percatarse
de que no estoy?
No me gusta
la gente que desaparece porque yo sí me doy cuenta. No me gustan las ausencias (voluntarias)
porque son la manera más cruel de comprobar la verdad. A lo mejor es por eso,
porque si desapareciera, descubriría la verdad: que no te darías cuenta.
La verdad
universal que más llantos ha causado, “no sabes lo que tienes hasta que lo
pierdes”. Hasta que se te pierde esa camiseta, hasta que se acaba esa etapa,
hasta que ella se va, o hasta que tienes que irte. De idiotas pero
absolutamente certero. Infalible. Si quieres saber cuánto quieres a alguien, de
verdad, piérdelo.
Eso sí,
cuando lo sepas, probablemente será demasiado tarde.
Si desapareciera,
¿te darías cuenta?
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