De la mejor
serie del mundo por todos sabido que es Anatomía de Grey he aprendido muchas
cosas. Últimamente pienso mucho en un par de casos que me tocaron la fibra y se
me quedaron ahí rondando. Hoy os voy a contar uno y a lo mejor otro día, otro.
[Vaya por
delante que claro, todos los médicos ahí son los mejores del mundo. Así que
cualquier caso que otros no han podido resolver, cualquier operación que
cualquier otro no podría hacer, ELLOS Y ELLAS PUEDEN.]
Un día
llegó al hospital un señor (ya algo mayor) con una especie de migraña. Un dolor
muy fuerte de cabeza que llevaba soportando como unos ocho años. No podía
deshacerse de él nunca, no podía centrar su atención en otra cosa, no podía
vivir porque su dolor le invadía absolutamente.
En esos
años que padeció el dolor, su mujer enfermó y falleció, y sabéis qué; no pudo
sufrir su pérdida. Perdió a su mujer, al amor de su vida, la persona con la que
había compartido la mayor parte de sus años y a la que quería con locura, Y NO
PUDO SENTIR EL DOLOR DE SU PÉRDIDA porque no podía sentir nada más que el dolor
de su migraña.
Después de
ocho años un doctor descubrió el verdadero motivo de su dolor de cabeza, una
migraña mal diagnosticada que podía curarse con una operación de lo más
sencilla. Le operó y por fin, el hombre dejó de sentir dolor. Por primera vez
después de ocho años dejó de sentir su dolor. Ese dolor que le había impedido
sentir cualquier otra cosa.
El hombre
lloraba, en una mezcla de alivio y pena, y sólo podía lamentarse de no haber
sido capaz siquiera de sentir la pérdida del amor de su vida.
Cuando el
hombre decía eso, cuando explicaba su agonía, lo entendí. Entendí la sensación
de estar tan invadida por algo que no puedes sentir nada más. Soportar durante
años un dolor de nivel 7 u 8 en una escala del 1 al 10, de manera
ininterrumpida, sin tregua, sin descanso. Un dolor tan poderoso que te impide
sentir siquiera otro dolor. Ni aunque otro dolor sea de nivel 10. Da igual, no
importa porque no llegas a sentirlo. Ya te pueden rodear mil dolores más
fuertes, más importantes y con más sentido, o toda la alegría del mundo; que no
lo sientes. No puedes sentirlo porque sólo sientes una cosa, tu dolor poderoso
e ininterrumpido de nivel 7.
Y a veces
echas de menos incluso eso, el dolor. Echas de menos sentir otro dolor, uno
cualquiera, pero que no sea el mismo que lleva invadiéndote años. Echas de
menos sentir, sentir lo que sea, cualquier cosa que por horrible que sea será
mejor que lo que sientes ya. Echas de menos llorar, pero que ese llanto tenga
otro motivo.
Quieres tanto
que ese dolor desaparezca que lo cambiarías incluso por otro dolor. Mejor o
peor, más intenso, más flojito… lo que sea, pero que sea diferente.
Al final
siempre llega un día que encuentras al cirujano o cirujana que consigue dar con
el diagnóstico, encuentra o es en sí misma el tratamiento, y te lo quita. Te quita
ese dolor ininterrumpido de los últimos años, puede que sea con una cirugía
rápida y tajante, o puede que sea poco a poco; pero te lo quita. Puede que sea
una sola persona o puede que sean varias. Lo importante es que un día llega, y
te liberas de ese dolor invasivo que te había estado robando la vida. Te había
privado de sentir cualquier otra cosa, de respirar, de reír a carcajadas, de
cantar, de bailar, de llorar… te había privado de todo. Así que erradicarlo es
como volver a nacer, es volver a vivir. Es recuperar todas tus capacidades,
recuperar todo tu cuerpo, el control, las posibilidades, las sensaciones. Es recuperar
tu libertad.
Y yo
supongo que de toda esa mierda y de todos los días, meses o años que un dolor
te ha robado de vida, sólo te queda aprender. La regla número uno, que no hay
nunca nadie que merezca ser tu dolor ininterrumpido e invasivo. Nadie (ni nada)
debería robarte la libertad de seguir sintiendo todos los días, todas las
cosas. De disfrutar lo bueno y llorar lo malo. La regla número dos, que cuando
un dolor empieza a alargarse en el tiempo no hay que dejar de buscar el
diagnóstico adecuado para poder tratarlo, que en algún sitio está esa persona
que va a buscar sin parar hasta encontrarlo, hasta calmártelo.
Y seguramente
hay muchas más. Ahí os lo dejo ya a cada cuál.
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