Abril. Es
lo que me queda para ponerle el tic a esas cosas que hacer antes de los
treinta. Y creo que ya no queda tiempo
para pisar nuevos países, hacer una maratón ni escribir otro libro. Pero sí
queda tiempo suficiente para venerar aquel último abril que me puso delante
todo en lo que ya no creía justo antes de los veintinueve. Sí queda el tiempo
suficiente para tachar cosas de una lista que realizar, entender o superar
antes de los treinta y que sé que tengo que hacerlas por dentro.
A mi lista
de deseos que poder tachar antes de los treinta, pero de los de verdad, de los
importantes, de los esenciales; quiero añadir algunos este abril. Otros ya los
cumplí.
Quiero tachar,
por ejemplo, el de tener la convicción absoluta de que nunca fui una más. Que ahora
sé que no es necesario tener un nombre para ser muchas cosas, que sin ser nada
se pueden tener cosas “nuestras”; un sitio en aquella mesa de aquella
cafetería, una palabra que no significa nada para el resto del mundo pero que dos
personas siempre les hará reír, y más de una broma absurda que sea como sea,
les pertenece.
Que no
siempre quien duerme a tu lado es quien sueña contigo y viceversa. Pero que a
veces, coincide y eso es suerte. Y eso lo aprendí en abril.
Grabarme a
fuego que la palabra “domesticar” no la merece cualquiera. Que todo lo que he
amado, cada día, noche o segundo, cuenta; pero no siempre merece la pena. Aunque
algunas merezcan libros. O eso pensara yo en algún momento.
Que todo lo
que se va y desaparece voluntariamente no hay que querer que vuelva y se quede.
Hay que dejarlo ir.
Que en
algunas vidas dejé mucho más de mí y más de verdad que todo de lo que se
llenan. Y que yo debería saber verlo en los demás, también.
Que algunas
personas juntas son extraordinarias y separadas solo son corrientes. Otras,
simplemente, te obligan a hacerte corriente, a ser menos, a dejar de ser. Esas fuera.
Que siempre
hay que tener una caja llena de recuerdos de momentos, cosas y personas que
algún día te hicieron feliz, te hicieron crecer y te hicieron mejor. Pero algunas
mejor sólo ahí, guardadas en lo alto del armario. Sin abrirlas pero sin
quemarlas.
Que no hay
nada mejor en la vida que ser agradecida y valorar cada segundo que alguien te
entrega de su valioso tiempo, de su amor. Cada vez que alguien se preocupa por
ti, se acuerda de ti, te llama, te escribe, te pregunta cómo estás, te intenta
animar, te abraza con la intención de reconstruirte. Y sobre todo, de las que
quieren quedarse a pesar de todo. Esas siempre en mi equipo.
Y que en
todos los lugares y personas en las que tú no sientas lo mismo de vuelta, nunca
debes tratar de permanecer.
Que nunca
es tarde para echar a volar, a correr o a desaparecer. Porque aunque nunca seas
como ellas, a veces hay que parecerse.
Me queda un
abril para reafirmarme en todo lo que ya sé y soy, y para llegar a ser lo que
aún no.
Bueno, un abril y toda la vida después.
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