Los “recuerdos”
de Facebook son un arma de doble filo. Algunos te revuelven las tripas sí, te
recuerdan las pintas que llevabas hace años, lo feliz que eras con tu ex o
cualquier cosa que la verdad es que no te gustaría recordar ahora. Pero no todo
es malo. Como la vida misma, Facebook también te recuerda cosas bonitas, fotos
de algún día de esos que te gusta revivir de vez en cuando. Y eso me ha pasado
hoy.
Hoy, recién
estrenado marzo, me ha asaltado un recuerdo de esos que te sacan una sonrisa. Hace
dos años, un día como hoy, subí al pico del Buitre (es un pico que hay en
Moratalla a 1427 metros de altura).
Ya lo había
subido una vez antes pero la verdad es que no lo recordaba tan jodido. Ese día
se me hizo especialmente duro, alto y empinado. Pero lo subí. Y no sólo
recuerdo que ese día respiré mucho y muy hondo, que tomé un aire que en ese
momento me hacía mucha falta y sudé muchas cosas que llevaba dentro y me
sobraban… lo que más recuerdo de ese día es que en cada metro del camino me
estaba guiando la persona que posiblemente más me haya guiado nunca (en todos
los sentidos en los que alguien te puede guiar) y que, para ese día, hacía
demasiado tiempo que ya no.
Y no sé si
me hacía falta esa montaña para darme cuenta de cuánto la echaba de menos; pero
desde luego, lo hice.
Yo creo que
hicimos unos veinte kilómetros (con una sensación de veinte mil), nos perdimos
varias veces, dimos unas cuantas vueltas y me dolían todos y cada uno de mis
músculos; y lo que me parece más increíble es que desde el primero hasta el
veinte(mil), estaba sintiendo cuánto la quiero. Sin dejar de hacerlo ni un
momento.
En todos
esos kilómetros (y salvando algunos momentos en los que mi cuerpo solo podía
concentrarse en sobrevivir) pude recordar y sentir dentro un montón de cosas. Cosas
que tenía un poco olvidadas y lo que es peor, creía que no iban a volver.
Me acordaba
de todas las veces que, de alguna manera, me había enseñado el camino sin
necesidad de estar subiendo una montaña. De cuántas charlas en el sofá, de
cuánto silencio, de cuántos abrazos, de cuántas palabras escritas, de cuántas
cosas…
Me faltaron
kilómetros para recordar cosas por las que agradecer y por las que quererla. Pero
fueron suficientes para saber que no quiero que esas cosas se acaben nunca. Para
estar segura de que la seguiría con los ojos cerrados y la confianza plena, sea
cuesta arriba o cuesta abajo, aunque nos perdamos y aunque mis músculos no
puedan más.
Me sobraron
kilómetros para saber que ese día la montaña me dio mucho aire pero quien de
verdad me hizo respirar fue ella (como tantas veces), solo con tener la
sensación de que estaba allí, cerca; con la mirada, con los gestos, con los gritos
al último de la cola.
Y hoy que
hace dos años solo quiero que sigan siendo muchos más. Con las subidas y las
bajadas que hagan falta, sean lo duros que tengan que ser los kilómetros y
aunque a veces los músculos no puedan más. Que sigas acompañándome durante todo
el camino. Que siempre te escuche a lo lejos y de vez en cuando te sienta de
cerca. Que cuando se me olvide, me lo recuerdes. Que aunque ya lo sepa, me lo
repitas. Que aunque no hable, me escuches.
Que me
abraces, que me quieras y que me domestiques. Porque si tú me domesticas, mi
vida estará llena de sol. Seré para ti única en el mundo, serás para mí única
en el mundo.
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