Ojalá hoy
fuese uno de esos domingos. Uno de los de llegar, de los de encontrarse. Uno de
los que se esperan con ansias y la piel lista para lo que venga. Ojalá un
domingo de los de empezar y no uno de los de marcharse.
Porque vuelve
a ser domingo pero ya solo hay silencio. Y qué jodido ese silencio que no tiene
sentido cuando una solo quiere escuchar una voz, una risa o cualquier otro
sonido que me diga que estás. Nada más.
Pero menos
mal. Menos mal que hoy puedo aborrecer este vacío porque sé todo lo que eso
significa. Significa que has pasado, que ME has pasado; y eso a lo mejor hoy
no, pero algún día será suficiente. Qué digo suficiente, eso es más de lo que
había imaginado. Más de todo en lo que yo ya (no) creía.
Porque me
has salvado. Me has salvado de todos esos fantasmas, de todas esas ideas, de
todo ese miedo de no volver a sentir. Me has empujado al pasado para entenderlo
de la única forma en la que jamás nadie, ni yo misma, había conseguido.
Gracias. Gracias
por volver a hacerme ser. Por las primeras veces que por absurdas que sean son
tan imprescindibles en todas las vidas y que además, no se olvidan.
Porque he
intentado domesticarte y me he sentido al mismo tiempo zorro y Principito. Te he
esperado con la paciencia que antes de ti no tenía. Nos hemos sudado desde lo
más profundo. Y te he llorado también. Te he besado en dos estaciones distintas
y te he amanecido sin saber muy bien en qué momento estaba durmiendo y en cuál
soñando. Te he respirado y creo que ya nunca podría olvidar cómo hueles. Me he
grabado el tono exacto de ese verde de los ojos que se te ponen rojos cuando
tienes sueño (y aún así siguen siendo los más bonitos del mundo). Y me has hecho latir tan fuerte que podías sentir mi corazón como
si tú lo tuvieras dentro. Supongo que, de algún modo, lo tenías.
Así que
gracias. Gracias por hacerme volver a creer en la suerte, el destino y los
caminos que se cruzan. Aunque ahora sienta que esta vez tampoco me ha tocado
esa lotería, ese número que alguien reparte y que podría habernos hecho
millonarias si nos hubiera dejado coincidir. Maldito azar.
Yo no
podría acabar esta carta con mis propias palabras. Porque no las tengo, no las
suficientes ni tan bonitas como me gustaría. Porque no puedo acabar, porque yo
siempre querría un rato más…
Pero me
encontré con las de otra persona y creo que no podría despedirme con nada más
bonito, más cierto y más exacto.
“No quiero
dejarme nada en el tintero, por si no vuelvo a querer abrir esa parte de mí en
donde habitas tú.
Y espero que entiendas que aunque esta carta es una
retirada a tiempo, una despedida sin necesidad de adiós, siempre habrá una
trinchera en mi interior en donde siempre es domingo.
Siempre llueve y tú llegas a casa empapada para
después olvidarnos del mundo.
Y entonces nada importa.
Y entonces nadie existe.
Solo tú.
Y solo yo.
Descubrirte ha sido el mejor laberinto en donde me he
perdido nunca. Y te juro que voy a envidiar toda la vida a la chica que logre
descifrarte.
Pero esa chica no soy yo.
Te quiero.
Nunca te lo he dicho y no quiero arrepentirme de no
haberlo hecho.
Cuídate todo lo que me hubiese gustado hacerlo a mí si…
ya sabes, tú no fueras tan tú y yo no fuera tan yo.
Cuídate. Y cuida de esa parte de mí que sigo queriendo
guardar en ti.
Al fin y al cabo no se me ocurre lugar más seguro que
el interior de un cactus como tú.”
Mónica Gae
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