“Una despedida sin necesidad de adiós”
Llevo semanas
con esa frase en la cabeza. Pensando en su significado, en lo que quiere decir,
en lo que representa, en lo que es. Despedida sin necesidad de adiós. ¿Se
puede? ¿Puede, realmente, existir una sin la otra?
Me lleva
rondando la cabeza muchas noches la idea de qué es despedirse. Pero no
literalmente (su significado ya lo he buscado; “Despedir: Decir adiós o dirigir una palabra, expresión
o gesto de cortesía [una persona] a otra cuando se separan o cuando una de
ellas se va.”), sino qué es de verdad. Qué significa de verdad despedirse. Cómo
se puede entender una despedida, incluso sin necesidad de adiós.
Creo que
despedirse es mucho más que esa palabra o gesto de cortesía de una persona a
otra cuando se separan. Creo que esa es una despedida “por fuera”. Porque sí,
entre tanto pensar, he pensado que hay despedidas por fuera, y despedidas por
dentro. De tu piel hacia fuera te despides, de tu piel hacia dentro te deshaces
quizá, te desprendes, te liberas o te desgarras.
Para sacarte
a alguien (o algo) del cuerpo quizá baste con un adiós. Para sacarte a alguien
del alma no hay palabras de cortesía suficientes en el mundo. Por eso quizá es
cierto que exista esa despedida sin necesidad de adiós. Porque el adiós es lo
de menos, no se necesita y además, no sirve.
Despedirse es
mucho más que decirlo. Es soltar, perdonar(se), dejar ir, irse… es respirar. Es
abrir la herida, curarla y dejar que cicatrice. Es dejar de tocarla.
Son palabras
que ya no escuecen, son silencios que no resuenan. Es calma, es paz.
Despedirse no
es decir adiós sino entender por qué debemos decirlo, creerlo, sentirlo. Y pronunciarlo
desde dentro aunque ni siquiera haya que sacarlo por la boca.
Y ahora sí,
“adiós”.
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