Lo mejor de las personas que te pasan en la vida, es
lo que aprendes de ellas. Incluso cuando no pretenden enseñarte, cuando no lo
hacen a conciencia. Porque para aprender de alguien no siempre es necesario que
te explique nada. Hay muchas formas de enseñar y yo no hablo de matemáticas, ni
de libros o buen cine. Hablo de lo que una aprende de las personas, de sí misma
y de los demás. De conocer y conocerse.
De todas las personas importantes de mi vida
recuerdo muchas cosas y he olvidado otras tantas. Pero sé quiénes cuentan,
porque me han dejado cosas. Porque he aprendido y eso no se puede olvidar. Eso ya
es parte de mí, soy yo.
Yo sé quién me enseñó lo que es el amor, y a las
formas que hay de utilizarlo; para el bien y para el mal. Sé cuántas personas
me han enseñado las infinitas maneras que hay de amarse, de quererse y de
aceptarse.
También sé quién me enseñó (quizá eso debería ser
algo innato pero yo lo aprendí de alguien) lo que es alegrarse, de verdad, de
corazón, por la felicidad de otra persona. Y ese es uno de los aprendizajes que
más me han dejado huella. No sé si porque sentí que hasta ese momento yo no
había sido lo suficientemente generosa. Porque hasta entonces probablemente no
había valorado ese sentimiento en otras personas. Pero desde entonces, cada vez
que lo percibo en mí o cerca de mí, pienso en esa persona y sonrío por dentro.
Sé, sin duda, quién me ha enseñado que no hay nada
que dé más vida que perdonar. Perdonar de verdad, perdonar algo que nunca
creerías que perdonarías. (Perdonar cualquier chorrada no cuenta tanto). Perdonar
desde lo más profundo y avanzar. Dar y darte la oportunidad y dejar ir el dolor
y la traición. Es como ganarle la batalla, es sentirte triunfadora, vencer a tu
propia parte rencorosa y ganar, quizá, una amiga.
Y sé quién me enseñó lo que es, con todas sus
letras, tener paciencia. Ser, estar y permanecer, cada día. A pesar de los
silencios, de la frustración y de los malos días. La paciencia infinita de
quien te quiere no solo por algunas cosas bonitas, sino a pesar de otras tantas
más difíciles.
Sé quiénes me han ido enseñando a seguir creyendo. A
volver a creer, constantemente. Quienes me han hecho encontrar un poco de luz
al final de cada túnel. A volver a sonreír, a volver a sentir mariposas. A volver
a tener ganas. Sé quiénes son y no las olvido.
También sé quién me ha enseñado que lo
extraordinario aún existe. Que existe la magia, que aún vale la pena. Que quedan
cartas en el buzón, postales y detalles que no cuestan nada y que llenan el
alma.
Y sé quiénes me han enseñado que los sueños y las
pasiones siempre son más grandes si las compartes. Y que aunque no sea la tuya,
siempre puedes contagiarte de la pasión de otro, vivirla y disfrutarla como si
lo fuera.
Podría poner nombres a todas y cada una de esas
cosas que he aprendido y que recuerdo todos los días. Y podría poner nombre a
quien me las ha enseñado todas. Porque a veces, hay personas que llegan para
enseñarte demasiadas cosas, tantas que no se pueden explicar.
Pero yo las sé. Sé quiénes sois y ojalá vosotras
también lo sepáis.
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