Todo en la vida son matemáticas. Todo puede traducirse a
números, todo suma, resta, divide o multiplica. Las teorías, los teoremas, los
sistemas… todo podemos reflejarlo en cualquier cosa. Incluso en las personas.
Somos matemáticas. Somos cifras, positivas o negativas.
Sumamos y restamos. Multiplicamos o dividimos. Así que cuando hay dudas,
siempre podemos “echar cuentas”.
Por ejemplo:
Un abrazo recibido: + 10.
Un abrazo dado: - 5.
Un abrazo mutuo, por lo tanto: +5.
Que te hagan reír: +10.
Que te hagan reír a carcajadas: +20.
Hacer reír no resta, ¿no?
Y así podríamos darle un valor a cada cosa, cada detalle.
Cosas que suman (los “avísame cuando llegues”, los “buenos días”, compartir tu
canción preferida…) y cosas que restan (cada vez que lloras, cada vez que
dudas, cada canción estropeada porque te recuerda a ella…) Y cuando tengamos
dudas de si esa persona merece la pena o no, podemos hacer cuentas. Lo básico,
sumas lo bueno y le restas lo malo, y si el resultado es negativo, o poco
positivo, sabes que tienes que irte.
Si traduces a las personas a números descubres que las
hay que sólo restan, te quitan sin parar y nunca te dan. Las hay que dan y
quitan y que por tanto el resultado casi siempre es cero, un cero que a veces
compensa y otras no. Hay otras que siempre suman y luego ya hay unas que
además, multiplican.
Si echas cuentas te sorprendes de lo fácil que es saber
quién sí y quién no. Y seguramente los resultados a veces no te gustan, pero
las matemáticas son exactas, nunca fallan. Así que quizá deberíamos empezar a
confiarles ciertas decisiones.
Lo malo es que ahora sé que si te traduzco a números, la
cuenta siempre me sale a pagar. Que desde que estás, siempre debo. Mi saldo
siempre es negativo y por más que doy, por más que intento, nunca remonto el
cero. Y si me lo dicen las matemáticas, ellas deben estar en lo cierto.
Los números no fallan porque no te ven, nunca te han
sentido, nunca te han mirado a los ojos. No se equivocan porque son objetivos,
imparciales y realistas.
Las matemáticas me dicen que tenga cuidado contigo,
porque estoy peligrosamente tendiendo a menos infinito. Porque si me descuido y
sigo restando, a lo mejor nunca vuelvo a ser suma.
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