Hace un tiempo escribí una de las cosas (para mí) más
bonitas que he escrito nunca. Era una carta (al amor de mi vida) y creo que,
sin duda, lo que la hace tan bonita es que puede que describa los sentimientos
más de verdad, más grandes, más intensos y más profundos a los que me haya
enfrentado jamás. Y por suerte, en aquel momento tuve la capacidad de sacar de lo
más hondo de mí todo aquello y a través de aquellas letras, hacerlo inmortal.
Por suerte también, lo eché a volar. No lo guardé en
ningún cuaderno en el fondo de un cajón sino que lo compartí con un montón de
gente porque creo que hay cosas que deben dejar de pertenecernos solo a nosotras
mismas para ser de todos, del mundo.
Cuando dejas por escrito lo que sientes siempre llega un
día en el que te das cuenta de que todo ha cambiado, y tú también. Y menos mal.
Y que las cartas (a mí es que me gusta escribir cartas)
que querrías escribir hoy ya no irían dirigidas a la misma persona, ni a las
mismas razones, ni a los mismos dolores.
Y a lo mejor puede que lo que también haya cambiado un
poco es que hoy no sé si me atrevería a escribir la carta que me resuena
dentro. Pero si me atreviera, exactamente ahora, puede que dijera que ojalá
leyeras esta carta y eso fuera como pellizcarte, o acariciarte… lo que sea,
pero que lo sintieras. Ojalá pudieras sentir un segundo de mis ganas, de mi
deseo. Ojalá contagiarte de mi empeño por no abandonar jamás algo (o alguien)
con lo que sueño. Que a veces no sé si es un superpoder o una superputada, o
simplemente la cabezonería de un tauro; pero no estoy hecha para rendirme. No hasta
que es el sueño el que me abandona a mí. Y a lo mejor contigo me pasa lo mismo.
Si la escribiera hoy, quizá esa carta también diría que
por qué no. Que y si…
Que no tenemos prisa pero que en este mundo de locos no
tenemos tiempo que perder. Y yo aún creo en las risas, en los roces y en todas
las veces que la vida nos ha hecho coincidir. Porque quién soy yo para ir
contra el universo, contra las casualidades, contra los deseos a las estrellas
fugaces.
Por eso sigo creyendo. En ti, en aquel miércoles, en
aquel domingo, en aquel mensaje, en aquella sonrisa.
Pero si escribiera hoy esa carta, seguramente al leerla
de nuevo me preguntaría si, de verdad, sigo creyendo. O si ya no.
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