Reconstruir: reparar o volver a construir una cosa destruida,
deteriorada o dañada.
Recomponer: componer de nuevo algo, arreglarlo.
Confundimos, a veces, los términos. Creemos que,
cuando un corazón está roto, que cuando una persona está destruida, puede venir
alguien a reconstruirnos. Y no es cierto.
Una persona rota se reconstruye sólo a sí misma. Nadie
te cura el corazón. Sólo tú misma. Te reconstruyes, a tu ritmo, a tu paso. Vas cogiendo
los trocitos y curándolos uno a uno. Los cientos de pedazos en los que se te ha
quedado el alma.
Puedes ayudarte de cosas, de personas; pero sólo
eso, ayudarte. El trabajo tienes que hacerlo tú. Vas aprendiendo, conociendo y
entendiendo cosas. Sigues caminando mientras las heridas cicatrizan. Y te
acompañas de personas, de pasiones, de ilusiones, de música y de cervezas. Pero
sólo te acompañas.
Se equivocan quienes creen que un día llegará
alguien a curarles el corazón. Eso no ocurre jamás. Nadie puede curar tu herida
y es que, además, nadie debe hacerlo. Eres tú quien tiene el derecho a hacerlo,
quien debe llenarse de todo lo que supone reconstruir un alma. Eres tú quien
debe extraer todo lo positivo del proceso, que para eso es tu corazón y tu
herida. Eres tú quien debe disfrutar cada paso, quien debe saborear la
sensación de avanzar.
Y es sólo entonces, sólo cuando hayas hecho tu
proceso de reconstrucción propia, cuando alguien podrá recomponerte.
Cuando todas los pedazos en los que quedó dividida
tu alma estén sanos, aunque desordenados, podrá llegar alguien para volver a
componerte. A ponerte los pedazos en su sitio, a enlazarlos, a ordenarlos. Pero
sólo puede hacerlo si los encuentra así, curados, sin sangrar.
Porque no es lo mismo reconstruirse que
recomponerse. Esperar que alguien te cure el corazón es un error y te hará (os
hará) fracasar. Reconstruirse y dejar que alguien te recomponga, ese sí es el
éxito.
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