De repente un día, abres puertas, sacas armarios y
encuentras ropa, música, papeles y detalles. Y es como abrir el corazón y hacer
una limpieza por dentro. Te transportas, sientes, recuerdas y revives.
Y descubres que el pasado es tan real que se puede
guardar en cajas. Y que aunque las guardes en lo más hondo, en lo más oscuro,
siempre llega el día de reorganizar, de buscar y de encontrar. En cada cambio
de estación, cada cambio de año, cada mudanza o reforma, siempre llegará el
momento de desempaquetar, de descubrir, de decidir qué tirar y qué seguir
conservando.
Porque lo material existe para eso, para hacer
historias y que nunca puedas olvidarlas. Para aparecer cuando ya ni las
recuerdes, para que sepas quién eres y por qué. Quién fuiste y con quién.
Así que de repente un día te pones un antiguo cd de
música de fondo mientras sacas el pasado de un armario, y resulta que lo estás
sacando de tus entrañas. Y te sorprendes decidida a tirar algunas cosas, porque
ya no son. Y te sorprendes también dejando otras en el mismo sitio (después de
respirarlas unos minutos) porque hay cosas que aún no pueden no ser. La próxima
vez, ya veremos. Y se te encoge el corazón, y se te corta la respiración. Y no
sabes si es tristeza, melancolía, felicidad, o simplemente, la vida.
Y no sabes si lloras por alguna de esas, o a lo
mejor es porque se ha acabado el verano.
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