lunes, 18 de septiembre de 2023

PARA SIEMPRE

La muerte, que nunca se espera. Aunque que la estés viendo, no la ves. 


Eso me ha pasado. 


Quizá mi mente, mi cuerpo, mi alma, no podían considerar la posibilidad de enfrentar un mundo sin ti. No quería creer que algún día tendría que hacerlo y no lo creí. Puede que aún no lo crea siquiera. Pero lo sé. Lo sé porque me duele el corazón. Lo siento en las entrañas. Siento un hueco que ya nada ni nadie podrá llenar. Un hueco en mi ser, en mi vida, en el mundo. Un hueco infinito como tu luz, tu bondad, tu generosidad y tu fuerza. Tu fuerza incansable cada minuto de tu lucha. Lucha feroz, valiente. 


Una guerra perdida de antemano, un final que está decidido pelees como pelees. Como una guerrera, como una campeona. Da igual. 


Pelear contra un gigante al que no tienes posibilidad de ganar con tus únicas armas no es justo, y no debería pasarle a las personas buenas. A las malas puede que tampoco, no lo sé. Pero a ti no. Seguro que no. 


Esto nunca debió pasar. Nunca debió pasarte. Nunca debió pasarnos. 

Pero la vida y la muerte son injustas, aleatorias, arbitrarias. Despiadadas. Pero poderosas. Y deciden por ti, y por mí, y por todos.


La peor decisión de la vida, del universo. 


Pero supongo que esa misma vida y ese mismo universo decidieron ponernos en el mismo camino. Y aunque ahora estoy muy enfadada, también estoy feliz y agradecida porque estuvieras (estés) en mi vida. Por haber disfrutado de tu compañía, de tu amistad, de tu cariño infinito, de tu apoyo incondicional. De tus palabras bonitas siempre, de que me vieras de esa forma tan especial. De tu generosidad inmensa. 

No estaba preparada para prescindir de ti, pero sé que nunca habría sido suficiente. Me muero por escribirte un “te quiero” y recibir una respuesta inmediata; “lo sé”, “yo también te quiero”. 


Me verás haciendo todas las cosas que teníamos pendientes. Aunque no estés aquí. Estás conmigo. 


Hasta siempre y para siempre, teacher. 



domingo, 13 de marzo de 2022

El vértigo de un para siempre

 

Hace unos meses, alguien me dio uno de los mejores consejos que me han dado nunca. No uno de esos que se dan por dar, no uno de esos que desde fuera parece fácil pero en la práctica nadie aplica, sino uno realmente valioso. Algo tan simple como poderoso: no pienses a largo plazo, piensa solo en “hoy”. No pienses que no vas a tener algo “nunca más”, sino que no lo tienes hoy.

Y sí, sigue siendo difícil soportar solo un día sin algo que quieres, echando de menos, o sobrellevando un dolor. Es difícil, pero puedes hacerlo. Sin embargo, pensar en que eso que te duele vaya a ser eterno, lo hace verdaderamente insoportable.

Ahí me di cuenta de que, lo que más duele, en realidad, es el peso del “nunca más”. Nunca más voy a abrazarte, nunca más voy a verte, nunca más voy a escucharte. Porque, aunque el dolor de un día sin algo o alguien sea el mismo, no se siente igual si tenemos por delante una fecha en la que sabemos que volveremos a tenerlo.

Que algo sea para siempre, incluso aunque nos guste, da vértigo. Que algo no vaya a ser nunca más, ahoga.

Y, desde entonces, intento ponerlo en práctica y soportar cada día, solo el dolor o la alegría de un día. Sin pensar en mañana. Pensando que nada es eterno, porque así es. Porque nunca se sabe. Lo que damos por hecho, un día se acaba; aquello con lo que no contábamos, un día aparece.

Por eso el vértigo y la angustia de la eternidad no nos sirven de nada. Porque, en cualquier caso, en la vida nada está asegurado.

 

domingo, 16 de enero de 2022

Me dijeron de pequeño...

 

“Me dijeron de pequeño, dónde vas que tú no puedes”, canta “mi Manuel”. Y qué importante lo que nos dicen.

El día que publiqué mi última entrada (la que hablaba sobre el suicidio) lo hice llena de dudas. Quizá porque hacía tiempo que no publicaba, quizá también por el tema del que quería hablar. Quizá porque creía que mis palabras podían ser malinterpretadas y era una cuestión delicada.

El caso es que lo subí con cierto recelo. Pero después, pasó algo maravilloso. Y fueron vuestras palabras de vuelta.

Los comentarios que algunas de vosotras me dejasteis me llenaron el corazón. Me hicisteis saber que lo que había expresado salía de dentro de mí (como siempre) y que fue recibido con la misma empatía y la sensibilidad que yo lo había escrito. Por tanto, nada de malas interpretaciones. Y me hicisteis saber cuando escribo consigo cosas que no podría conseguir de ninguna otra forma. Consigo expresarme, conectar, sensibilizar… puede que incluso consiga que simplemente, alguien pase un buen rato leyendo(me). O, como alguien me dijo por aquí: “remover conciencias”.

Y eso es algo que me llena más que nada en la vida.

Más de una vez, personas que me conocen bien, me han dicho que escribo como siento. Tal vez por eso no soy constante aquí, porque lo que escribo es lo que soy y, a veces, lo que tengo dentro no puede compartirse. Y no escribo, y dejo de hacer lo que más me gusta porque no estoy.

Pero cuando vuelvo, y lo hago, y me vacío, y me comparto; siempre aparece alguien. Alguien que me recuerda que esto tiene algún sentido. Que lo he hecho bien. Alguien que me anima a seguir escribiendo. Alguien que leyéndome intuye que me pasa algo y me pregunta. Alguien que se identifica con mis palabras y las comparte.

Y así, escribir me hace estar un poco más “viva”.

Así que gracias. A todas las personas que me leéis y que me hacéis saber que estáis ahí, que os ha gustado, que queréis más.

 

Si este es el único “don” del que me ha dotado la vida, tendré que hacerle caso.

viernes, 17 de diciembre de 2021

Hablar del suicidio

Hace unos meses tuve el impulso de escribir sobre este tema, pero no me atreví, o no me sentí con las fuerzas suficientes para hacerlo. Desde entonces lo he tenido ahí, rondando. Y ahora, después de varios días siendo la principal noticia y escuchando hablar a tanta gente sobre lo mismo, he decidido que me apetecía.

Verónica Forqué, o mejor dicho, su muerte, ha puesto en primer plano algo de lo que (por lo que sea) cuesta mucho hablar y comprender. La (mala) salud mental y su consecuencia final; el suicidio.

Hoy he escuchado en la tele a Mercedes Milá contar que un día su psiquiatra le preguntó si había tenido pensamientos suicidas y ella contestó “no, no he tenido pensamientos suicidas, pero ahora estoy empezando a comprender el suicidio”.

Esa frase me ha llegado al corazón y era justo eso lo que a mí me rondaba la mente y de lo que yo quería escribir.

Este último año ha sido (o está siendo) el peor de mi vida en cuanto a salud mental y emocional se refiere. Y he aprendido muchas cosas, pero la que más me ha impactado y sorprendido a mí misma es esa. Ver de otra forma a las personas que sufren y que finalmente deciden acabar con su vida. Entender y empatizar profundamente con la necesidad de acabar con el sufrimiento, con el dolor (que no con la vida). Porque el principal error es ese, creer que alguien quiere acabar con su vida. Por eso nos parece tan antinatural e incomprensible, o incluso, sentimos que no merecen “respeto”. Entendemos el suicidio como un desprecio a la vida, como una falta de amor y consideración a las personas que nos rodean. Pero yo estoy segura de que todas o casi todas las personas que se suicidan no lo hacen porque no quieren seguir viviendo, sino porque no quieren, o mejor dicho, no pueden seguir sufriendo.

Nadie desea morir, pero a veces la vida se hace insoportable y eso deja a las personas sin más recursos ni posibilidades que esa, ponerle fin. Sea como sea.

En estos días de debates y charlas respecto al tema y a Verónica he escuchado muchas cosas con las que me he sentido muy identificada y otras que me duelen como si fuera algo personal. Me resulta absolutamente injusto cuestionar la decisión de una persona o a la persona misma. Por qué lo hizo, por qué nada (ni el amor por su hija) la frenó. Tildar de cierto egoísmo algo que alguien ha hecho porque no podía más. Como si realmente hubiera tenido elección. Pero eso no es una elección, es una medida desesperada, la última salida.

En lugar de poner el foco en las víctimas, en cuestionar por qué tantísimas personas mueren cada día por suicidio, sus motivaciones o sus razones, su valentía o cobardía… deberíamos cuestionar qué estamos haciendo para haber llegado hasta aquí, hasta estas cifras. Qué sociedad estamos construyendo. Cómo contribuimos personalmente a la salud mental de las personas que nos rodean. Y por supuesto, qué sistema nos ampara.

Eso es lo que verdaderamente deberíamos poner en cuestión. Porqué no tenemos una salud mental pública eficiente y asequible.

Y sobre todo, porqué a pesar de todo nos sigue costando tanto ponernos en el lugar de los demás. Ser amables, ser comprensivos y compasivos. Estar ahí cuando nos necesitan.

Supongo que hay cosas que solo se comprenden cuando se sienten. Eso es ser un Alma de Superhéroe, la esencia de aquello que un día escribí y que nunca se acaba. Que después de cada dolor, de cada caída, de cada corazón roto… debe resurgir un alma mejor, más empática, más amable y que aporte algo de luz a quienes lo necesiten.